TRIBUNA
La Marcha Negra: la posverdad a los 25 años
T odavía sonaban los ecos de No me hagas trabajar papá de Piñón Fijo y barra libre en aquel 1992 en que los Juegos Olímpicos, la Expo, el primer AVE y etcétera pintaron un trampantojo abstracto. Sin embargo, con Sabero tan cerca, la «reconversión» trazada desde la UE y ejecutada por el Gobierno de Felipe González llegó a la MSP, la mayor empresa privada de la minería española. Con una importante deuda, en gran parte debida a dudosas prácticas de sus directivos, se planteó el cierre del Pozo María y el despido de parte de la plantilla. Los sindicatos no aceptaron y, tras semanas de huelga, enfrentamientos con antidisturbios en las carreteras y el encierro de ocho sindicalistas en el Pozo Calderón, tuvo lugar la Marcha Negra. En este punto, cabe recordar que el entonces alcalde de Villablino, del PSOE, negó su apoyo, y que el gobernador que mandaba a los antidisturbios cargar con dureza contra los mineros pertenecía a ese mismo partido, como también el ministro de Industria que no quiso recibirlos a su llegada a Madrid.
Viene esto a cuento porque causa sorpresa el ejercicio de manipulación con el que desde algunos sectores se está fabricando implícitamente una realidad paralela a la de entonces, en esta conmemoración de los 25 años. A través de la propaganda, se crea una posverdad, palabra que, como ha escrito Pedro G. Cuartango, «viene a significar que hay mentiras mucho más creíbles que la verdad». La historia es una herramienta útil para entender lo que sucede en nuestros días, todo es subjetivo y en este caso relativamente reciente, pero una cosa es eso y otra una distorsión deliberada de lo acontecido.
Por eso, sin traer a colación trayectorias que darían para un tratado acerca de la dignidad o la indecencia, no está de más una reflexión sobre la Marcha Negra y lo que supuso. Es justo su reconocimiento, pero en paralelo debe analizarse aquello para comprender cómo se ha llegado a esta liquidación apadrinada y subvencionada desde el poder con las correspondientes complicidades. Una liquidación encubierta a través de quien terminó siendo pantalla de un holding con muchos intereses, aunque al final las sombras se hayan estirado tanto. Miremos también adónde fueron las desorbitadas cifras para la «reconversión» y la «reindustrialización», que terminaron en cualquier sitio menos donde debían, sirvieron a las administraciones para sufragar obras que tenían que hacer con recursos propios y también, por qué no decirlo, fueron pasto del despilfarro.
Menudean estudios de viabilidad, fotos, convenios a varias manos, fotos, declaraciones huecas, fotos, promesas con coro, fotos, viajes en reunión y más fotos. De los frutos y los resultados, nadie sabe, nadie contesta. Parece que el «mix energético» es una mezcla de demagogia, banalidad y, ahora que está tan de moda, populismo. Unas veces es la defensa del carbón. Otras, la exigencia del cumplimiento del plan. A veces, una reunión de alcaldes mineros. Otras, una pregunta retórica desde el escaño. O migajas para unos pocos empleos con fecha de caducidad. Y el ministro lacónico: «no se puede prescindir del carbón», aunque hable del que viene en barco. Una realidad paralela, pura posverdad, o una ocasión para hacerse una foto más, como ahora a costa de la Marcha Negra.
Uno se pregunta de qué hablan, de qué carbón, de qué minas, cuando se ha permitido el cierre de todas, y en la pregunta y la afirmación no hay diferenciación de unos y otros. Las eléctricas siguen quemando carbón, pero de importación, y aunque esto sea tan antiguo como la Marcha —siendo de dominio público, además, las mezclas que tanto inflaron cuentas de resultados y destruyeron empleos—, muchos prefirieron no verlo, como ahora prefieren no ver que el carbón viene de lejos. Otra posverdad, porque lo que sí se ve son las tasas de desempleo, la pérdida de población y una resignación generalizada que nada tiene que ver con 1992.
En estos 25 años, se ha visto languidecer el monopolio de un siglo. Es un error establecer comparaciones entre 1992 y 2017, entre otras cosas porque el contexto social y mediático es otro y porque las cifras no admiten ninguna posverdad: en 1992, Laciana tenía casi 16.000 habitantes. Hoy está por debajo de los 9.000. Nada más y nada menos que un 40% menos. MSP tenía más de 2.500 mineros. Hoy, liquidada la empresa, su sucesora en Cerredo —no olvidar que en otro municipio y otra autonomía— tiene menos de 200.
Entre tanto, se han manoseado tanto las alternativas y se ha avanzado tan poco sobre ellas que parecen otra posverdad. Como el Ponfeblino, abandonado como las instalaciones mineras. Aunque hay quien prefiere el negocio del expolio, es urgente salvaguardar este patrimonio industrial que forma parte de nuestra identidad y que puede generar riqueza a través de su puesta en valor. Sobran ejemplos: Museo de la Minería de El Entrego (57.000 visitas anuales), Tren Minero de Samuño (30.000), Parque Minero de Riotinto (89.000), Parque Turístico Minero de Escucha (20.000). Cifras que sobrepasan —y, en todo caso, complementarían— las que cada temporada tiene la Estación de Esquí de Leitariegos; la misma que algunos ven ahora elemento clave de desarrollo, cuando durante muchos años estuvieron en la inanición, cuando no el desprecio hacia ella. ¿Por qué no decirlo también, si es la verdad?
Una de las peores cosas de nuestro tiempo es el éxito de la posverdad , tan útil para modelar opiniones y fabricar realidades paralelas que terminan asumidas como certezas. Si el repaso de lo que ha pasado en estos 25 años viene por ahí, difícilmente se va a salir del retrato que Zola hizo en Germinal al ver devastadas las esperanzas del pueblo venido a menos, un lamento melancólico que terminaba en «¡Si por lo menos hubiera pan!». Una imploración a la caridad, que a este paso será la única posverdad que ofrecer cuando ya no quede nada.