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Publicado por
Antonio Coca Cueto Delegado diocesano de Pastoral Familiar de León
León

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L a Jornada por la Vida la celebran mañana (día 25, solemnidad de la Anunciación del Señor, la Encarnación) los católicos y otras personas e instituciones de buena voluntad. Este año está dedicada, de modo especial, al sector de población que se encuentra en el último tramo de la vida, a los ancianos. Ellos viven el atardecer de su existencia. Pero ellos son quienes nos dieron la vida, nos cuidaron y nos educaron a los que ahora somos más o menos jóvenes. Si ellos se sacrificaron por nosotros y nos dieron lo mejor de sí mismos, es una exigencia básica y elemental de justicia que nosotros ahora estemos pendientes de ellos para ofrecerles nuestra cercanía, nuestra ayuda, nuestro agradecimiento y nuestro afecto. Es un exigencia evidente que nace de lo que podemos llamar solidaridad intergeneracional, que es una característica que se atestigua no estar ausente de ninguna comunidad humana, sean cuales sean sus criterios culturales.

A nadie se le oculta que los mayores, nuestros ancianos, son, con mucha frecuencia, auténticos depósitos de sabiduría y que tienen muchísimo que aportar a su propia familia y aun a la sociedad entera. Además, en nuestros días, los ancianos, muchos de ellos en su papel de abuelos, están siendo el auténtico sostén familiar, ya que asumen desde cargas económicas hasta servicios de sustitución de sus propios hijos en la misión de ser cuidadores y educadores de los nietos. Sin su presencia y su labor, difícilmente podrían salir adelante muchos grupos familiares.

Sin embargo, ocurre que, cuando el anciano pierde algunas de sus capacidades físicas o psíquicas, o es atacado por la demencia u otras enfermedades similares, o entra en etapas en que se desvanece la ilusión y se adueña de él la depresión, éste pasa a ser dependiente y se le percibe como una carga para los demás. Estas nuevas circunstancias en muchas ocasiones se hacen difíciles de aceptar y de sobrellevar tanto por el propio anciano como por su propia familia. No se puede justificar de ningún modo el criterio que denuncia el papa Francisco y que parece ir adueñándose progresivamente de nuestra cultura actual: «En esta época en la que el cuidado del cuerpo se ha convertido en un mito de masas y, por tanto, en un negocio, lo que es imperfecto debe ser ocultado, porque va en contra de la felicidad y de la tranquilidad de los privilegiados y pone en crisis el modelo imperante. En algunos casos, incluso, se considera que es mejor deshacerse cuanto antes (de las personas enfermas o discapacitadas), porque son una carga económica insostenible en tiempos de crisis».

Cuando las personas ancianas se sienten cansadas o propenden a pensar que ya no sirven para nada o se ven acechadas por la tentación de rendirse o de desesperarse, es cuando los demás debemos ayudarlas a reencontrar el sentido de su vida en esa etapa y apoyarlas en los momentos de desánimo. Todos los mayores, cada uno en la medida de sus posibilidades, tienen todavía unas misiones que cumplir: contagiar la experiencia del amor desinteresado, ayudar a relativizar los problemas, comunicar los valores, transmitir la alegría de una vida gastada en el servicio, ser testigos de que siempre es posible la Esperanza.

Pudiera parecer que el anciano, al menos en apariencia, no tiene futuro, pero la razón y el sentido común, si no están distorsionados por intereses bastardos, nos convencen de que en ellos está la reserva de los auténticos valores humanos, individuales y colectivos, que se han acumulado a lo largo de la historia. Además, la luz de la fe cristiana mostrará a quienes sean creyentes que la vejez es una nueva etapa del recorrido vital que, con sus luces y sus sombras, se ha de hacer disfrutando del don de la vida, siempre iluminada por el gozo y la esperanza, ya que para el creyente la muerte es el paso a la vida definitiva y plena.

Esta jornada es una buena ocasión para pedir que todas las familias acojan en su seno a los padres y abuelos ancianos que les han entregado toda su vida, sus capacidades y sus bienes con la mayor de las generosidades. Y también para instar a que todas las instituciones públicas, la Iglesia, los medios de comunicación social, las fuerzas sociales, las entidades culturales y los mismos individuos pongamos verdadera ternura y gratitud en las formas de escuchar, atender y cuidar a las personas mayores. Es obligado, por razones de estrictas justicia y humanidad. Tienen mucha sabiduría y mucho amor que dejarnos en herencia.