Diario de León

TRIBUNA

La historia interminable

Publicado por
Jesús María Cantalapiedra escritor
León

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V erdad es que este artículo también pudiera llevar otro título, tal como «Vanitas Vanitatis», pues, en realidad, el fondo del tema que pretendo tratar es el mismo. Visto desde otro ángulo, el popular libro de fantasía del alemán Michel Ende, nada tiene que ver con la Biblia y su grave pasaje sobre la vanidad. Así que, digamos, el encabezamiento más adecuado hubiera sido «Vanitas-vanitatis o la historia interminable». Pero era demasiado largo para insertarlo en la gacetilla. De tal suerte, a falta de noticias novedosas a las que recurrir cuando escribo estas líneas (a esta hora, hoy, el señor Trump, Don Donald, aún no ha voceado ninguna boutade insólita), decido enunciarlas con la repetida «Historia interminable»; esa crónica insistente por los siglos de los siglos. Amén. Ergo: la vanidad. Y, ya saben: «La vanidad es hija legítima y necesaria de la ignorancia».

Allá por los años en que España parecía que salía del subdesarrollo, la fanfarronería hacía mella en una buena parte de españolitos que habían conseguido salir del retraso antañón padecido durante generaciones. Y surgieron a la luz los signos externos de lo que se intuía como triunfo, o más bien emulación de los muchos que ,´de toda la vida`, habían disfrutado de una holganza de plata, oro, o platino. Las mujeres comenzaron a exhibir joyas clamorosas, refulgentes y abultadas, más parecidas a orfebrería catedralicia. Y los abrigos de visón o marta, ¿Qué? Y los hombres complementos que desde hacía muchos años mostraban aquellos que vivían en las zonas altas de la ciudad. De cualquier ciudad. Como ejemplo, los encendedores Dunhill y los Dupont. ¡¡Ah de los Dupont colocados sobre las mesas de una cafetería al lado de un paquete de Winston o Chesterfield!! (cuando se fumaba en público). ¡¡Ah de aquellos trajes hechos a medida por el mejor sastre de la ciudad!! Inconfundibles, eran signo de distinción, elegancia y, sobre todo, poderío. Los ´chisqueros` de luxe solamente tenían un problema: desaparecían de la mesa en unos segundos, mientras su afortunado propietario volvía su vista hacia el paso de unas piernas de teenager de buen ver.

Mas, pasó el tiempo, surgieron nuevas formas políticas y el aspecto de maniquís de la high society tuvo que mutar acercándose como podían a las formas estéticas del proletariado. Comenzaron a aparecer los encendedores Bic y los abrigos de lanilla (buena, pero lanilla). No tenían buena prensa los Dupont y los visones. Las enseñas del estatus hubieron del guardarse en armarios de caoba o el secreter de los despachos domésticos de no peor madera. Significó un pequeño drama no poder mostrar al mundo la muestras de alta burguesía, a falta de aristocracia visible en poblaciones pequeñas como León. Sólo existía un conde encerrado en su palacete, hoy transformado para fines culturales u otros.

Y el tiempo y las formas fueron pasando con la consiguiente vuelta a los pretéritos usos y costumbres. Los visones se llevaron a un establecimiento que los dejaba impecables y, con mimo, se sacaba brillo al laqueado Dupont. La vanidad volvió por sus fueros y la historia interminable prosiguió su camino. Vuelta la burra al trigo.

Hoy el asunto es contradictorio. No hemos salido de la crisis, y los crasos visten vaqueros rotos por la taba (de más de 150 euros); cada día se abren nuevas joyerías con marcas de precios inalcanzables; se venden coches de muchísima cilindrada que aparcan solos, a pagar 200 euros al mes. ¿Hay quién lo entienda? Mis amigos parados o con trabajos temporales ya los van adquiriendo; se inauguran restaurantes cuyas viandas echan humo, igual que las facturas. E inda más carballeira. ¿Estamos locos, o nos quieren volver? Menos mal que existen los manteros y de vez en cuando pillas un Rolex de imitación hasta que a la semana siguiente se le rompe algún artilugio. Es una forma de mantener el vínculo con la tontería (u horterada) que, según se pulsa, es necesaria para mantener la grandeza de un pueblo que fue imperio donde no se ponía el sol. La historia interminable. Y así nos va.

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