CUERPO A TIERRA
Elogio del funcionario
No hay economía en el caos. El orden, aunque no representa ningún sistema, es necesario para todos ellos. Sin una mínima cantidad de orden, las cosas tienden no sólo a perderse sino a eso mucho peor que es no encontrarse. Algunas ideologías hacen apología del orden per se: los pueblos mediterráneos, los más necesitados casi siempre de ser metidos en cintura, sabemos también que nada es conveniente en exceso. Quizá por eso, ahora, renovamos la sentencia de Unamuno y decimos: que sean eficientes ellos. Los alemanes, por ejemplo, que fabrican coches. Mientras nosotros seamos eficaces, capaces de solventar los problemas mediante la improvisación, quién necesita planificación y cálculo. A título personal, uno no puede estar más de acuerdo: creo en el arte y en el caos organizado de una habitación repleta de libros. Y en Maradona. Otra cosa, ay, es tener al día el archivo de todas nuestras cuentas.
El funcionariado existe para regular y catalogar la administración, facilitando el tráfico de las leyes y normativas. Un país sin funcionarios sería una isla virgen, libérrima y natural. Un horror vital sin el metódico conteo de las horas y con la amenaza por montera de la ley del más fuerte. En nuestro país, donde todo el mundo aspira a ser funcionario, paradójicamente tenemos una visión a veces denigrante del servidor público. Si comparamos su labor con la del trabajador de una empresa o con un autónomo, la suya nos parece una sinecura, una lotería. Recuerdo un chiste gráfico de Lolo donde un padre sorprende extrañado a sus traviesos vástagos completamente quietos en un sofá y les pregunta qué hacen. «Jugar a los funcionarios», responden. El progenitor inquiere en qué consiste el juego y contestan: «El que se mueva, pierde». Por si vale de contrapeso, uno conoce una funcionaria que lo raro es que esté quieta, hasta cuando está sentada. Le pedí que fuera madrina de mi hijo y este todavía está esperando que encuentre un momento libre para pedirle una propina.
Un estado funcionario, como el de la extinta Unión Soviética, es un mamut. Uno demasiado delgado, carece de la fuerza necesaria para sostener el pesado fardo de las gestiones cotidianas. Ahora los funcionarios, congelados sus sueldos, se manifiestan reclamando sus derechos perdidos y advirtiendo que la dieta de la crisis ha dejado su cuerpo exangüe. Piden, en el fondo, que alguien ponga orden en el orden.