Diario de León
Publicado por
Juan Manuel Pérez Pérez Presidente del Comité Científico y Patrono de la Fundación Villaboa-Sierra
León

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C on la primera luna llena del equinoccio de primavera plateando los tejados, cuando almendros, cerezos y manzanos cubren con su manto blanco y rosáceo los valles y jardines; y los jacintos inciensan los atardeceres con sus aromas hechizantes, las calles y plazas de España se convierten en un gran museo al aire libre, con centenares de obras de arte procesionando al ritmo de tambores y cornetas. Atmósfera singular y propicia, para hablar y reflexionar sobre arte, pues la creación artística siempre ha estado, en su sustrato más profundo, ligada a los elementos primigenios y atávicos del ser humano, cual son las pulsiones del Eros y el Tánatos, que encuentran su marco expresivo en las celebraciones de los impulsos primarios de la vida y la muerte.

Hace 400.000 años, en el lugar conocido como Sima de los Huesos, en Atapuerca, alguien (un homo heildelbergensis) depositó cuidadosamente 32 cadáveres y colocó intencionadamente sobre ellos un hacha manual, de pequeño tamaño, de cuarcita roja, primorosamente tallada (quizá expresamente para la ocasión), tal vez como tributo, o tal vez como homenaje a los difuntos. Ese bifaz rojo era para sus descubridores, los paleontólogos Juan Luís Arsuaga, Eudald Carbonell y José María Bermúdez, una prueba de abstracción (cualidad exclusivamente humana). Excalibur, como bautizaron al pequeño bifaz, es mucho más que una herramienta, a juicio de estos reconocidos científicos; representa un «voto funerario» un objeto simbólico, cuidadosamente labrado para acompañar a los difuntos, evidenciando en sus creadores una mente y un comportamiento simbólico. El hacha milenaria artísticamente labrada, Excalibur, encarna y materializa una práctica ritual y simbólica, producto de una conducta consciente y deliberada (alumbrando uno de los primeros mitos de la humanidad). ¿Acaso no podemos decir, en consecuencia, que Excalibur es el primer destello de la consciencia, y por tanto la primera chispa de arte sobre la tierra?. ¿Qué es el arte?, sino una forma de representación simbólica.

La civilización sigue avanzando y evolucionando a lomos de esa chispa, con el Eros y el Tánatos como principios fundantes que subyacen en los comportamientos más enigmáticos y ancestrales de nuestros antepasados, como puede verse miles de años después en las pinturas rupestres. Altamira o Lascaux son auténticos santuarios, en los que las bellas y artísticas figuras adquieren fines mágicos. El artista pone su obra al servicio del chamán para la celebración de sus liturgias, o como tótems con los que identificarse y adquirir las cualidades de los animales representados. Sean animales minuciosamente descritos o a veces seres imaginarios, su presencia es simbólica y aporta un poder mágico para conseguir el éxito en la caza con la que preservar la supervivencia del clan (y por tanto de la especie).

Aquella misma intencionalidad simbólica primigenia pervive miles de años y se plasma a través de los pinceles del artista medieval que pintó la cúpula del panteón de los reyes de San Isidoro, de los vidrieros que compusieron el colorista espectáculo de luz y formas de las Vidrieras de la Catedral (monumentos leoneses de valor universal); alcanzando ese arte un nivel de máxima excelencia en los frescos con los cuales el supremo Miguel Ángel recreo el Génesis en la bóveda de la Capilla Sixtina, con las dos manos del creador y la criatura encendiendo por medio de sus índices la chispa de la razón, que da vida al hombre («uno de los más grandes milagros del arte», según Gombrich). Quizá Barceló pretendía rendir homenaje a esos ‘santuarios’ con su controvertida cúpula de la sala XX en el Palacio de las Naciones de Ginebra; recreando la urdimbre ancestral en la que el hombre pueda celebrar, a través del diálogo, la nueva liturgia secular de los Derechos Humanos.

Queda magníficamente descrito ese enfrentamiento intemporal, esa dialéctica simbólica, por Eugenio Trías en un artículo sobre la cultura y la obra de arte: Juegan en la obra de arte Eros y Tánatos su partida de ajedrez como el Caballero y la Muerte en El Séptimo Sello de Ingmar Bergman. La obra de arte da notificación de esa partida a Vida o Muerte. El artista leonés Eugenio Ampudia recoge esa dramática huida de la muerte a la vida, en su video-instalación La verdad es una excusa , donde la memoria del pasado deja paso al punto de vista, a la interpretación mística y romántica del espectador implicado y comprometido. Aunque esta capacidad del arte para interpretar y cambiar la realidad fue magistralmente tratada en las obras moralizantes del Bosco, y es nervio del arte satírico de Junco. Pero el máximo exponente de este arte es El Guernica, en palabras de Clark y Wagner «una pintura de la modernidad como catástrofe, que representa el final de una manera de estar en el mundo», lo cual explica su conversión en un «icono universal». Para Jaime Brihuega, profesor de Historia del Arte de la UCM, es un «grito mural» en el que Picasso resume toda su experiencia vital y estética. Esta obra feroz y sobrecogedora «representa el último gran testimonio del compromiso del artista con la Historia, así como el extremo más radical de la fusión entre el arte y la vida».

El arte, en definitiva, es nuestra manera de reconocernos en el mundo. Por eso podemos descubrirlo en una película o en una exposición; en las obras de Chaikovski y Cervantes, en una canción de The Beatles o en una serie de televisión; en una performance o en un muro de Banksy. Precisamente en estas fechas el arte sale a nuestro encuentro en las calles de León (de todo el país), y podemos hallar (con admiración reverente) a la vuelta de una esquina, a hombros de papones, el magistral realismo catequético de las esculturas de Alonso Berruguete, Juan de Juni, Gregorio Fernández, Juan de Archeta, o Luis Salvador Carmona. Este viejo y siempre nuevo arte callejero se encarna en el tiempo (en palabras de Trías), «pero admite la intuición de lo eterno». La chispa del arte enciende las luces de nuestra mente, y las emociones de nuestro corazón, ayudándonos a «trascender» nuestros propios límites. Por eso no encuentro mejor portavoz para concluir esta reflexión que el gran maestro de maestros, Leonardo da Vinci, con su comprensión del arte: «Contempla la luz y admira su belleza / cierra el ojo y mira / lo que viste antes ya no existe / y lo que verás luego no existe todavía».

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