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Publicado por
EL MIRADOR Fernando Jáuregui
León

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L a Semana Santa es un período en el que tradicionalmente no se producen demasiadas noticias. No demasiadas noticias demasiado alarmantes, al menos, y valga la redundancia. Este año, inserto en una época de agitación, ha sido, está siendo, una rotunda excepción, y me limito a transmitir a los lectores lo que es algo más que un estado de ánimo alarmado —y perdón por la nueva redundancia, que solo busca insistir en una sensación de angustia—. El Jueves Santo, que es el día del amor fraterno, nos encontramos con Trump lanzando la madre de todas las bombas en Afganistán; amenazando a Corea del Norte, «que está buscando problemas»

—amenazas retribuidas, claro, por el impresentable régimen de Kim Jong-un—; y jactándose de lo bien que lo han hecho las tropas estadounidenses lanzando casi sesenta Tomahawks en Siria, para contrarrestar un presunto bombardeo químico que el también impresentable jefe del Estado sirio, Bashar Al Assad, dice que es un invento norteamericano «al cien por cien».

Un clima de guerra fría invade el panorama internacional, aunque quién sabe lo que ocurre en las profundidades de la relación entre el habitante de la Casa Blanca y el del Kremlin, gentes en cuya palabra resulta difícil tener confianza. Curioso, a mi modo de ver, ante este panorama, el relativamente escaso eco que han tenido las palabras del Papa Francisco en su homilía del Jueves Santo, advirtiendo de que «estamos ante una tercera guerra mundial a trozos».

Ni tres meses han transcurrido todavía desde la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos y ya anda el mundo acongojado ante la proliferación de lenguaje belicista, contradicciones e inseguridades que se extienden por el panorama internacional. Trump es un individuo peculiar que no tranquiliza, se mire como se mire y por mucho que sus primeras y por el momento últimas acciones guerreras entusiasmen a esa parte de la población americana que le ha votado. La conjunción de personajes tan, ejem, curiosos como Trump-Putin-Al Assad-Kim, unida a la inoperancia de unas Naciones Unidas impotentes ante el eterno veto ruso en el Consejo de Seguridad, es algo, definitivamente, preocupante. Y el Papa Francisco, que es un hombre de su tiempo y a quien pienso que nadie podía tachar de apocalíptico, ha advertido ya varias veces de que esa tercera guerra mundial, que puede que no se sustente sobre bayonetas, pero sí sobre confrontaciones en las redes y, ay, con misiles Tomahawk, no es meramente una hipótesis lejana: está ahí.

Tampoco quisiera yo, Dios me libre, ser acusado de galopar en los terrenos del Apocalipsis, ni de caer en el delirio de aquel comentarista de un periódico nacional de escasa tirada que comenzaba su artículo con estas palabras: «Advierto al Kremlin por tercera y última vez...». Uno apenas es otra cosa que un veterano mirón de lo que va ocurriendo en este mundo que nos ha tocado vivir y solo puede constatar que, entre todo lo antedicho y la terrible presencia del terrorismo yihadista, no logra recordar una Semana Santa tan cargada de malos presagios, de bravuconadas, de brindis al sol. Y mira que uno se ha definido siempre como un optimista al que la tozuda realidad casi nunca logra corregir: uno, como tantos, preferiría mirar hacia las playas abarrotadas estos días de plena ocupación hotelera, sol y vacaciones. Pero ¿cómo desviar la vista hacia esas imágenes placenteras sin que, al tiempo, sienta el periodista una sensación culpable por desconocer las realidades que acabo de describir?

Porque ¿cómo imaginar alguna vez que alguien como Trump iba a disponer del botón que puede desencadenar la catástrofe planetaria? ¿Cómo suponer que figurantes de opereta iban a protagonizar los acontecimientos que afectan a miles de millones de personas? Claro, hablar de amor fraterno, de solidaridad o de mero sentido común, resulta, cuando el contexto es el que es, cuando menos desactualizado. Se alinean los datos para una tormenta perfecta que ojalá no se desencadene nunca más. Nunca más. Y de eso es de lo que nos advierte el respetado líder de una comunidad religiosa que, como es tradición, lavaba este jueves los pies de los desheredados de la tierra. Que serán, claro, los que más —pero tampoco serán los únicos— habrán de sufrir si continúa la escalada de despropósitos.