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SILUETAS gonzalo ugidos
León

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L lega la gran movida de ponerse a bailar en un ladrillo el chotis del elogio del libro en el Día de la Cosa. Los cruzados de la causa no son principalmente los lectores o letraheridos, sino políticos, celebrities, rectores y otros ilustres no ilustrados. Es el homenaje que el vicio de la incultura rinde a la virtud de la lectura. Los que no leen bendicen los libros, que es como ver a Casanova hisopando la castidad. Esos prescriptores entusiastas suelen aprovechar el viaje para recomendar un libro, normalmente de Machado o de Borges, que solo conocen por las pastas. Ninguno de ellos parece conocer la Fundamentación de la metafísica de las costumbres de Kant, que debería ser una guía imprescindible para quienes actúan en la cosa pública, porque funda la acción moral de una sociedad como Dios manda.

Lo de recomendar libros es algo caprichoso. Se estima que habrá unos 200 millones de títulos distintos en el mundo. La biblioteca para albergarlos necesitaría unos 9.000 kilómetros de estanterías, de Madrid a Lima. En los primeros cien años tras la invención de la imprenta se publicaron unos 35.000 títulos; es decir, 350 libros al año, casi uno diario. Ahora, las imprentas del mundo sacan un libro nuevo cada medio minuto, 120 cada hora, 2.800 al día, 86.000 al mes. La biblioteca que almacenara un solo ejemplar de la producción editorial del mundo necesitaría 30 kilómetros de estanterías anuales. Total, que lo mejor sería que los autores no leyeran y los lectores no escribieran. El mérito de algunos es escribir bien; el de otros, no escribir nada. Lo dijo Karl Kraus: «El que tenga algo que decir que dé un paso la frente y se calle». Ante la desmesura descomunal de las imprentas, a Woody Allen le dio por seguir un curso de lectura rápida y pudo leer Guerra y paz en treinta minutos. Claro que el resumen que fue capaz de hacer resultaba algo elemental: «Va de Rusia».

Se impone una economía de la lectura. En España se publican unos 80.000 títulos nuevos cada año, 220 cada día, 9 por hora. La mitad son obras nuevas que nos impiden leer los libros viejos. Si leyéramos un libro por semana no serían muchos más de 500 los libros que podríamos despachar en una década, unos 2.000 en cuarenta años. ¿Cuántos libros hay que leer? Y ¿cuáles? Schopenhauer dijo que para ser una persona completa y verdadera había que haber leído cuatro libros imprescindibles: El Quijote de Cervantes, El Criticón de Gracián, el Wilhelm Meister de Goethe y el Tristram Shandy de Sterne. No parecen excesivos cuatro libros como único peaje para la plenitud. Más cara la vende el crítico Harold Bloom que reúne, en su célebre canon ampliado, más de mil volúmenes necesarios. No falta Kant.

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