Ya todo se comprende
C omo en este país lo que ocurrió hace mucho nunca está demasiado lejos, recuerdo bien que hace ahora 32 años, en abril de 1985, durante el pleno de la Junta Municipal de un distrito madrileño, Esperanza Aguirre, que era portavoz del grupo Popular, exigió la dimisión del concejal-presidente por desplazarse a París con cargo a los fondos de la Junta de Distrito. Lo recuerdo bien porque yo estaba allí, asistiendo a la agresividad higienista de aquella pelirroja, que no soltó la presa hasta que el edil tuvo que liar el petate a los dos meses. La carrera de Aguirre empezó a despegar como un cohete. Con el combustible del catecismo liberal que llevaba en la cabeza y el bastón de mariscala en un bolso muy fashion había venido a llevarse la vida por delante. «Dejar huella quería», como había escrito sobre sí mismo su tío Jaime Gil de Biedma, de quien sin embargo ignoró la advertencia de que la vida iba en serio. Una temeridad que, ahora que ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma, la pone ante el espejo: de Aguirre la cólera de Dior a Guilty de Gucci.
Aguirre es culpable. El aguirrismo, la metáfora de la gusanera en que nos han convertido el patio. Llegó a la presidencia de la Comunidad de Madrid tras el oscuro Tamayazo y a los cinco minutos su corte de lacayos empezó un desfalco colosal: López Viejo, Granados, Salvador Victoria, Ginés López, Guillermo Ortega, Lucía Figar, Concepción Dancausa, Luis Sepúlveda y, last but not least, Ignacio González. Una purriela de consejeros, alcaldes, diputados, empresarios y periodistas concertados para el pillaje o el encubrimiento mientras la lideresa que quiso ser la Thatcher española miraba para otro lado. Nada ni nadie frenaba el uso fraudulento de dinero público. Espías, extorsiones y amenazas era el peaje de la decencia en la capital de la escoria.
Aguirre no solo ha sido la gran partera de la abyección del Tamayazo, la Gurtel, la Púnica, los Espías o el Canal, sino la encarnada representación de un tiempo y de un país envilecido por sus representantes. Quiso pasar a la historia como faro y guía del liberalismo español y quedará como mascarón de proa de un buque apestado. Cuando dijo que se iba alegó sentirse engañada y traicionada, una víctima, vaya. Usurpar el lugar de la víctima fue la última de sus imposturas. Las víctimas somos los ciudadanos. La metamorfosis de aquella aguerrida concejala pelirroja que tumbó a un concejal por una corruptela de menor cuantía la explica este dictamen de Lord Acton: «El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente». Aguirre tuvo mucho poder durante muchos años, por eso ha pasado a la historia. Pero de la infamia. Otra vez Gil de Biedma: «¡Ay el tiempo! Ya todo se comprende».