cuarto creciente
Olor a quemado
Lloverá. Y los arrastres de ceniza podrían enturbiar la captación de agua del río Oza. Soplará el viento. Y la erosión hará más difícil que vuelva a prender la vegetación autóctona.
Hará calor, este verano. Y desde la carretera de Peñalba de Santiago, la lengua negra que ha dejado el fuego que en los últimos días ha asolado la Tebaida Berciana, el refugio mítico de los eremitas, se parecerá como nunca a un desierto.
Lloverá. Antes o después. A destiempo. Si hubiera llovido antes, el incendio no hubiera alcanzado proporciones tan alarmantes, no hubiera quemado mil trescientas hectáreas; el satélite de la NASA que ha captado la mancha oscura sobre el paisaje montañoso del Valle del Silencio no engaña.
Lloverá, seguro, porque tiene que llover. Y soplará el viento, el mismo aire que avivó un fuego que ya se daba por apagado. Un fuego que ha dejado en evidencia el desapego por el monte. Ahora todo el mundo señala a un ganadero, pero en el Bierzo, como en Galicia, el fuego se ha venido usando desde tiempos ancestrales como instrumento de limpieza, de regeneración de pastos y como excusa para mover la caza, mucho antes de que la madera fuera un recurso económico y la biomasa una alternativa energética. Pero ha desnudado, sobre todo, la falta de previsión de las administraciones. Fuera de la campaña estival, la Junta de Castilla y León tiene un dispositivo de extinción de incendios que resulta insuficiente para atajarlos antes de que se desmadren. Y el plan forestal de la Tebaida coge polvo en un cajón del Ayuntamiento de Ponferrada desde hace diez años.
Lloverá. Y el barro será negro durante un tiempo. Peñalba seguirá siendo uno de los pueblos más bonitos de España, pero su entorno soportará durante algunos años una costra de ceniza que no ayudará en nada a que la Unesco lo tenga en cuenta para una futura declaración de Patrimonio de la Humanidad, como Las Médulas.
Lloverá, claro que lloverá. Y viendo llover nos quedaremos. Porque mucho me temo que, en cuanto se desvanezca el olor a quemado que tanto nos indigna estos días, los errores cometidos en el incendio de la Tebaida quedarán sepultados por un manto de silencio, menos amable que el de los eremitas.