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León

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Dos semanas más tarde, de las guirnaldas blancas moteadas de amarillo que colgaban de los frutales apenas quedan las cuentas del rosario que pende de las ramas. Ahí están los frutos negros, para que recemos con ellos lo que sepamos, después de que la helada nos despertara con el campo convertido en un catálogo de Swarovski que al descongelarse arrasó la poca nascencia que había desafiado a la sequía. Otra vez a destiempo. Otra vez la confirmación del carácter del leonés que ve llover y desconfía con razón de que sea beneficioso porque si fuera bueno no caía aquí. Otra vez una metáfora más para retratar a la provincia entera, que se ha convertido en un negocio al aire libre sometido por igual a los caprichos de la meteorología que a las inclemencias de las administraciones públicas. Quizá por eso, ni siquiera nos inmutamos cuando, al final del parte, salió el hombre del tiempo para darnos la predicción habitual del INE por estas fechas: faltan 5.671 paisanos con respecto al pasado año, nos informó después de pasar lista y advertirnos de que vamos a un ritmo de casi 6.000 vecinos menos anuales en los últimos ejercicios; 35.000 en una década. Normal, con lo que hiela, que no haya quien pare.

Menos mal que para ver si cogemos el tempero la Junta nos anunció un nuevo aluvión de dinero en sus presupuestos. Casi todo gasto social, que es un término que vende mucho, pero que hasta hace poco se consideraba un epígrafe ordinario al que no hacía falta aludir en los discursos oficiales hasta el cuarto párrafo porque invertir era otra cosa. Invertir era lo que aportaba futuro, no lo que incentivaba el abandono de los sectores tradicionales. Invertir quería decir que había proyectos para desarrollarse, no trabas para que lo empresarios buscaran acomodo en el eje de Valladolid, Palencia y Burgos. Invertir significaba promover alternativas para fijar población, no limosnas paliativas para una muerte digna. Invertir, lo que se dice invertir, lo único que se ha invertido es la pirámide demográfica para fiar la supervivencia al cajón de las pensiones. No extraña que hasta los sindicatos, ahora que se quedan sin clientes, reclamen la convocatoria de un referéndum para que los leoneses decidan si les interesa seguir dentro de la comunidad. No se hizo hace más de tres décadas, en el momento de la constitución territorial, cuando la ciudadanía tomó las calles para reclamar la autonomía leonesa, y no se hará en este momento. Para qué. Lo entenderían mal de nuevo. No tiene sentido pedir León solo. Solos ya nos han dejado.

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