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TRIBUNA

¿Qué recuerdo de la enseñanza de los 50-60?

Publicado por
Adelia Hackenheimer Terrón Catedrática de Lengua y Literatura inglesa
León

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E ste año se cumple el cincuenta aniversario de la creación del Instituto de Bachillerato de Fabero (León), inaugurado el curso escolar 1966-67. Con ese motivo la Corporación de mi pueblo natal ha promovido la celebración de un acto cultural que recuerde aquel momento y lo que el instituto ha significado en la historia y en la vida de sus vecinos y vecinas, los de ayer y los de hoy. Se programó para el 7 de abril y consistió en una charla-encuentro en la ‘Escuela del Ayer’, antigua escuela del pueblo hoy convertida en pequeño museo escolar. En ella Aida Terrón, profesora de la Universidad de Oviedo y natural de Fabero, analizó lo que significó, en aquellos momentos, la creación de aquel centro, que abría en Fabero, como en otros lugares de España, el camino hacia «una educación para todos».

Como no pude estar presente quiero hacer llegar por este medio mis propios recuerdos, compartiéndolos y poniéndolos en común, ayudando a construir perspectiva, no sólo sobre el Instituto de Bachillerato, si no sobre la enseñanza de la época en general.

Por diversos motivos, emigré de Fabero siendo niña, pero cada verano volvía a ver a mi familia. A mis padres les parecía importante que, además de estudiar en Inglaterra, durante el escaso mes y medio de verano que estaba en Fabero cursase también los estudios en España, por lo que pudiera pasar en un futuro, teniendo que presentarme a los exámenes de septiembre. Por ello, las clases a las que yo iba no serían un buen reflejo de los alumnos de Fabero puesto que se dirigían únicamente a los que no habían aprobado en junio. ¿Por qué no habían aprobado? Sin duda una pregunta interesante, pero un profesor de la época tenía la respuesta preparada: «En España siempre ha habido mas golfos que cabos», una metáfora geográfica de otros tiempos.

La tarea no era nada fácil o envidiable para el profesor, que tenía que hacer frente a alumnos de varias edades y niveles, todos en la misma aula, obligándole a pasar constantemente de un grupo a otro. El aprendizaje era laborioso y difícil y necesitaba de una buena disciplina personal para atarse a la tarea… Cuando se acercaban los exámenes, el profesor introducía una pedagogía que creía mas directa y eficaz: una hora antes de salir de clase mandaba alumnos al encerado y allí delante de todos debían responder a una pregunta o resolver un problema. A menudo el alumno, pues más bien eran chicos, no sabía responder y recibía delante de sus compañeros una corrección física bastante brutal.

Por suerte para las chicas, el profesor se preocupaba sobre todo de los chicos. Me imagino que eso era normal en una época en la que el patriarcado era una losa pesada, en la que cada uno podía sentir a la vez la invisibilidad de las mujeres y al mismo tiempo su explotación en cada momento. La educación de los chicos parecería más urgente, y el profesor hacía su trabajo escrupulosamente. Es una paradoja, pero a pesar o a causa de esto, las chicas, menos expuestas y menos rebeldes, aprovechaban la clase y encontraban cierto placer en alejarse de las muchas tareas que les esperaban al salir. En el lado opuesto, recuerdo a un profesor que daba clase al lado de un bar cerca del Ayuntamiento que, con mucha paciencia y mucho interés por sus alumnos, nos abría nuevas perspectivas sobre el mundo a través de aquella primera Enciclopedia que llegó a Fabero, como una nueva ventana abierta de par en par.

Estas clases ofrecieron, a las chicas en particular, una gran oportunidad de salir adelante y no tener que repetir las vidas tan sufridas y duras de sus madres y abuelas. No conozco las estadísticas de los resultado de Bachillerato o de las carreras universitarias, pero mi impresión es que muchas chicas no dejaron pasar la oportunidad de hacerse independientes y en pocos años el pueblo saltó algunas etapas, pasando del siglo XIX al XX en igualdad de género en educación. Por todo ello, sería bueno recordar a todos los buenos profesores que, con los medios más rudimentarios, lograron hacer tanto por los jóvenes del pueblo.

Me parece que para los estudiantes de hoy, la batalla de la educación es distinta pero igual de urgente y necesaria. Basta con recordar un instante lo que algunos han dicho sobre la enseñanza: La educación es lo que queda cuando se ha olvidado uno de lo que aprendió en la escuela (Albert Einstein). Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir para siempre (Ghandi). La educación no es llenar un cubo, si no encender un fuego (Yeats). Sólo el conocimiento ofrece la libertad (Voltaire).

Más allá de lo que uno aprende, la enseñanza sirve sobre todo para dejar entrar la luz de la diversidad, de la relatividad y de la tolerancia, que nos será tan útil para aprender a convivir. Aprender a conocerse, dicen los filósofos griegos, sí, pero también aprender a conocer y comprender al otro y al mundo que nos rodea, porque sin la distancia crítica que nos da la educación, somos a veces arrastrados por las corrientes más turbias.

Ante los desafíos que se presentan hoy y sobre todo la urgencia de una transición política, económica, social, cultural y moral para toda la humanidad, sólo la educación puede darnos la esperanza, y sobre todo las herramientas necesarias para operar este cambio. El sistema económico fundado sobre la explotación del hombre y de los recursos naturales nos lleva cada día más cerca del borde del precipicio, con la acumulación de riquezas y de tierras cada vez en menos manos y el cierre de fronteras y de mentes que van dejando a los más vulnerables en el limbo. Este es el reto que las nuevas generaciones tendrán que vencer.

Fabero justamente es un pueblo que lleva esa política económica en su ADN. No hay más que ver la zona desde el aire para comprender la obra de arrasamiento y saqueamiento que ha tenido que soportar. Y si algún día algunos mineros ganaron dinero, hoy el círculo económico está completo y se pueden ver y palpar los efectos de esta economía mortífera. Para estos jóvenes del pueblo, la educación será probablemente su mayor herencia: la increíble posibilidad de realizar esta transición tan necesaria sin perder de vista el sentido de la solidaridad, tal como nos lo explicó ya en el siglo XVII un poeta inglés, John Donne: «Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida… como si fuera la casa de tus amigos o la tuya propia... Ninguna persona es una isla, la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso nunca preguntes por quien doblan las campanas, doblan por ti».

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