Diario de León
León

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E l señor Herrera ha dicho una expresión malsonante. No estoy siendo acusica. Por lo que a mí respecta, bien dicha estuvo. Pero como no nos tiene acostumbrados, impresiona más. Declaró a unos periodistas que el daño a la imagen de su partido que están haciendo los corruptos es «una auténtica cabronada». Lo es. La palabrota ha de quedar reservadas para las grandes ocasiones, como el frac. Al hartazgo mayúsculo, como ahora. Pero, sobre todo, a la espontaneidad expresiva. A Herrera le ha salido del alma. Los de Podemos creen que no hay tal, pero existe y además dice improperios. Claro que a otros les brotan de partes menos etéreas. Cuando Pablo Iglesias le reprochó en el Congreso a Rajoy que no hiciese caso de los informes de los letrados de la Cámara lo acompañó con un «como ya tiene presupuestos se la suda, se la pela, se la refanfinfla, se la trae floja, se la bufa». Del alma no le irrumpió. Sonó más bien a zafiedad calculada, dado lo mucho que buscan siempre provocar la madre y el padre de todos los titulares. No obstante, seamos justos: «Refanfinfla», aunque no sea expresión propia de parlamentarios, tampoco cuenta como grosería. A todos nos la refanfinfla algo.

Y es que sólo hay tres ocasiones en las que a un parlamentario le está permitido soltar expresiones malsonantes: si en un mitin le pisa Kiko Rivera; cuando organiza una fiesta de cumpleaños y se auto invita Puigdemont; y porque una minoría corrupta de su partido ponga en entredicho la honradez de la mayoría. Fuera de esas tres ocasiones, mejor el autocontrol verbal. Los mexicanos dicen que «un taco al día es la llave de la alegría». Pero se refieren a otra cosa.

Ninguna gestión política puede ser considerada eficaz si no va respaldada por la conducta. No se trata de imponer la sospecha generalizada, propia de un sistema totalitario, sino de aceptar que Fulano no puede conducir un Mercedes si cuando entró en política viajaba en un Dos Caballos. Y si quienes dicen memeces son memos, quienes hacen cabronadas son unos... mejor le dejo a don Juan Vicente que sea él quién lo concrete. Un político de modales irreprochables al que, a veces, el alma le suelta tacos. Le entiendo, la mía además resopla y hace aspavientos.

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