FUEGO AMIGO
Páramo de letras
El distraído centenario del gran Rulfo, autor de esa cumbre de las letras hispánicas que fue Pedro Páramo, reclama la atención sobre la vertiente literaria de nuestra comarca paramesa, un espacio provincial resignado a simple travesía y promedio de otras andanzas. Los descuidos nada involuntarios con el centenario de Rulfo, cuya dimensión atora los conatos de galleo, invitan a profundizar en el vínculo de nuestro Páramo con el bautizo de una novela que antes se llamó sucesivamente Los murmullos y Una estrella junto a la luna. ¿A santo de qué Páramo? Sólo la estrecha relación del momento con el paramés exiliado de Ardoncino Roberto Fernández Balbuena, que fue su cuate mejicano de peripecias y maquinaciones, puede explicar la mudanza. La confidencia de Clara Aparicio reconoce la garlopa y el laboreo de Roberto en la catarsis de Pedro Páramo. Un proceso doloroso y fecundo de poda y encaje. Su retrato de enjuta madurez es una de las fotografías canónicas de Rulfo.
Doce años después, el pasajero por León Juan Benet fundaría el escenario ominoso de Región en los pliegues de la cordillera. Un territorio con idéntica bandera faulkneriana de reclamo que Pedro Páramo. Pero tampoco Benet se sujetó al ámbito acogedor de Pardomino y en 1977 situó en esta llanura paramesa las turras de Hervás a la señora Somer que aliñan su novela En el estado. Al cabo de otros veinte años, Luis Mateo Díez funda Celama en el Páramo, poniendo el broche a un fecundo viaje de ida y vuelta: de Comala, a Celama; del pago lacustre de Ardoncino, a la vallonada de Fontecha, donde tuvo Mateo su mirador.
De Comala a Celama discurren ficciones que dibujan un espacio yermo por las ausencias, donde transitan los espectros de Villalpando, Sedano, Zamora o Páramo, y donde se aprende que «las ranas son buenas para hacer de comer con ellas». Como aquí: más preciada la salsa que las ancas. «Pueblos que saben a desdicha, de aire viejo y entumido». Es el Páramo literario, un territorio baldío cuyos estratos acumulan raciones de infortunio. Los pioneros de su redención, aquellos repobladores traídos de la montaña de Luna, pudieron evocar el paraíso perdido ante la primera desolación: «Allá, de donde venimos, al menos te entretenías mirando el nacimiento de las cosas: nubes y pájaros, el musgo, ¿te acuerdas? Aquí, en cambio, no sentirás sino ese olor amarillo y ácido que parece destilar por todas partes». Así en Celama como en Comala. Sin ánimo de extremar el parangón, resulta imposible no incorporar a la cuelga los relatos inaugurales de José Manuel Huerga, avecindados junto al cangrejero arroyo Grande, en Audanzas, y también las algadefinas de Umbral se bañaron en el canal del Esla antes de convertirse en picassianas señoritas de Aviñón.