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TRIBUNA

Religión en el aula, ¿por qué no?

Publicado por
Marta Redondo Álvarez Profesora de Religión de Secundaria Y Licenciada en Derecho
León

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V aya por delante que como miembro de una sociedad inserta en un Estado de Derecho ensalzo las bondades de pertenecer a una democracia anclada en un orden constitucional. De la misma manera me produce rechazo la cerrazón de quienes rechazan al que piensa diferente u ofrece una alternativa al pensamiento que pretende imponerse como única instancia de legitimidad. Los fundamentalismos nunca llevaron a buen puerto a nadie. Nuestra Carta Magna recoge entre sus derechos fundamentales y por lo tanto merecedores de especial protección nada más y nada menos que la de libertad religiosa y de culto en su art. 16. Asimismo el art. 27.3 de nuestra Constitución recoge el derecho de los padres a que sus hijos «reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones». La protección constitucional que se despliega ante ambos derechos permite a la ciudadanía acudir ante el mismo Tribunal Constitucional en amparo cuando consideren vulnerados uno o ambos derechos. Queda de esta manera desplegado un espacio de pluralidad donde el individuo posee la facultad para decidir en un contexto de aconfesionalidad estatal. Una neutralidad que el Estado debe mantener desde el respeto que no supone indiferencia ni mucho menos hostilidad ante el hecho religioso. Esa elección se traduce hoy en que en España durante el curso 2015-2016 el 63% del alumnado eligió la clase de Religión católica según los datos ofrecidos y elaborados por la Comisión de Enseñanza de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en total 3,6 millones del total de 5,7 millones de alumnos escolarizados. Cuando los padres o tutores de un alumno o alumna optan por la Enseñanza Religiosa Escolar no lo hace siempre movido por creencias o convicciones religiosas. Cada año los profesores de Religión que entre nuestros matriculados crece la diversidad de motivos por los que optan por la asignatura. La mayoría de ellos apuntan a que la Religión es considerada un pilar básico en nuestro entramado cultural. Sería baladí confundir conocimiento con adoctrinamiento. ¿Tiene sentido negarse a estudiar un cuadro, analizar el estilo arquitectónico de un templo, leer y analizar un texto bíblico o a realizar un tramo del Camino de Santiago por su connotación religiosa y espiritual?.¡Nadie va a convertirse por eso!. Conocer, interpretar y analizar una realidad no supone identificarse o comulgar con ella. Por eso dejemos a las ciudadanas y ciudadanos en su madurez política decidir en libertad sin imponerles un pensamiento único. De este modo mantendremos un sistema educativo similar al de los países de nuestro entorno - a excepción de nuestro laico vecino galo - en los que la asignatura recibe un trato similar al dispensado en el nuestro. Recordaré unas palabras de una conocida filósofa precisamente francesa. Simone Weil: «Un alma joven, que se despierta al pensamiento, tiene necesidad del tesoro acumulado por la especie humana durante el curso de los siglos. Se perjudica al niño cuando se le educa en un cristianismo tan estrecho, que le impida para siempre la capacidad de darse cuenta de que hay tesoros de oro puro en las civilizaciones no cristianas. La educación laicista causa a los niños todavía un perjuicio más grande: disimula esos tesoros, y, además, los del cristianismo». Esos tesoros deben ser dados a conocer a las nuevas generaciones aun cuando seamos conscientes de que a menudo están escondidos en vasijas de barro y la escuela, ese lugar donde los sumerios decían que los escolares entraban con los ojos vendados para salir de ella con los ojos abiertos es lugar idóneo para transmitir la sabiduría de nuestra base cultural que no es otra que la judeo-cristiana.