Diario de León

SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS ?ARTURO PEREIRA?

Volvoreta

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Q ue a los hombres no nos gusta ir de compras es algo conocido por todo el mundo. Es un hecho, que pudiendo parecer nimio y carente de toda relevancia, reflexionando sobre él puede llevarnos a conclusiones interesantes sobre la organización social. La aproximación al tema debe realizarse, entiendo yo, no desde la perspectiva masculina del hecho objeto de análisis, sino desde la femenina. Quiere ello decir que se puede afirmar con la misma contundencia que es conocido por todo el mundo que a las mujeres sí les gusta ir de compras.

Para realizar afirmaciones tan contundentes y opuestas debe aportarse alguna evidencia a efectos de no incurrir en la mera especulación. Bien, si un hombre entra en una tienda de ropa pregunta directamente por lo que necesita. Por ejemplo, a la típica pregunta de la persona que atiende al público de: ¿qué desea?, dirigida a un cliente hombre, la respuesta será concreta y precisa, un pantalón, una camisa o similar. La misma pregunta dirigida a una clienta siempre tendrá la misma respuesta pero genérica de: «echar un vistazo».

El hombre comprará la prenda que necesita y no se dejará abducir por los mensajes del vendedor para complementarla con otras que a su juicio le sientan fenomenal. Esto se debe a que la mente masculina es simplona y primaria, no entiende de ropa más allá de su carácter meramente utilitarista.

La expresión «echar un vistazo» implica toda una filosofía de la gestión del tiempo y de la organización social, además de un cerebro complejo y sofisticado. Veamos. Las mujeres saben perfectamente lo que necesitan pero quieren ver las novedades de la temporada, probar las prendas para comprobar como le sientan y si han subido desgraciadamente alguna talla por algún exceso cometido con la comida.

Ellas tienen la habilidad de convertir la compra de ropa en un acto social. Me atrevo a decir más, es un ejemplo práctico de teoría de las organizaciones. Comencemos afirmando que casi nunca van solas a comprar, la unidad mínima son dos, lo que supone que es normal que en una tienda haya al menos media docena de mujeres comprando al mismo tiempo. No importa el tamaño de la tienda. Cada grupo de compra sabe lo que quiere y la vendedora (tiene que ser mujer para poder hacerlo) es capaz de atender las diversas y dispares demandas de cada una de ellas al mismo tiempo cual directora de orquesta.

Son capaces de agarrar varias prendas en una sola mano y analizarlas hasta el más último detalle que ya quisiera Terminator hacerlo con tanta precisión. Pero es más, son capaces al mismo tiempo de estar enfocando varios objetivos simultáneos independientemente de la estantería y lo lejos que se encuentren. Por si esto fuera poco, son capaces de interactuar con las otras clientas y opinar unas respecto de las prendas de las otras. Todo funciona a la perfección, como un reloj suizo. No chocan entre ellas, no se interrumpen, las prendas viajan a velocidad de vértigo de unas a otras y la información fluye de manera eficiente. Lo dicho, toda una compleja organización puesta en marcha de forma natural.

Se prueban, analizan, obtienen conclusiones, estas nunca definitivas, y de nuevo a empezar. A todas estas capacidades ya expuestas, debe sumarse la de que nunca se cansan, cosa insólita para que lo podamos entender los varones. En este punto debo precisar que hay otro elemento que nos diferencia a ambos géneros demostrado empíricamente. Los hombres vamos a una tienda, las mujeres irán a tantas como les sea posible porque necesitan recoger más datos para tomar la decisión y materializar el proceso de «echar un vistazo» en una compra efectiva.

En ocasiones las mujeres nos llevan de acompañantes para que realicemos un pretendido asesoramiento. Digo pretendido porque no será tenido en cuenta este asesoramiento si no coincide con la opinión de la asesorada y vendedora. Esto nos reduce evidentemente a lo que vemos a diario por la calle y que es servir de porteador de las bolsas resultado de las compras.

Se puede extraer como conclusión que toda organización compleja necesita un cerebro femenino que la dirija y aunque no me atrevería a decir tanto, sí estoy plenamente de acuerdo con el hecho de que las mujeres son las mejores candidatas. Tal que volvoretas las mujeres crean un micromundo lleno de colorido propio cada vez que salen de shopping. Junto con el Materialismo, Idealismo y otras teorías más o menos acertadas, ellas han creado de la nada unas conductas sociales complejas dotadas de una sofisticación tan sutil como elegante, al igual que las volvoretas.

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