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León

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Tras mucho darle vueltas a qué me ponía, salí de casa hecho un pincel. Iba a ser el padrino en una boda, en el Ayuntamiento. Como eso de piropear queda ya muy franquista, nadie me espetó por la calle un «¡Moreno, qué suerte tiene tu sastre!». A principios del siglo XX no habría podido dar un paso sin que me cantasen una zarzuela. Me costó mis titubeos elegir, pero el resultado es lo que cuenta y la parte contratante se lo merecía. Lo dicho, un pincel. Entonces, veo venir por la rúa a Tino Rodríguez, secretario del PSOE leonés. Dos pinceles. Íbamos en direcciones opuestas, pero iguales en todo salvo por nuestras corbatas. Si también hubiéramos coincidido en éstas habría pensado que me espía con un catalejo. Nos saludamos con la mano, pues él iba hablando por el móvil. Casi mejor, si nos detenemos nos confunden con Hernández y Fernández. Pensé: «El nunca iría en mangas de camisa a una audiencia real». Tampoco quien esto escribe, como he recalcado en otras ocasiones. Es que aún no me he recuperado del susto. Por cierto, ya sería mala pata que don Felipe nos recibiese a la vez y que coincidiéramos los tres en la vestimenta. Para evitar tales engorros lo mejor es ponerse antes de acuerdo, no todos los asuntos se prestan a primarias. Si no hay consenso, a los chinos. Seguí mi camino, reafirmado en lo atinado de la elección. Había acertado. O mejor, habíamos. Fuese Rodríguez dónde fuese. Claro, a nosotros nos luce porque somos de esqueleto agradecido. Eso ayuda. El palmito es el palmito,

En el festín conversé con el hijo de Calo y sobrino de César, grandes futbolistas leoneses que jugaron en el Barça. Le pregunté si con la Segunda B sintió el «corazón partió» y respondió rotundo: «Siempre primero con la Cultural». También hubo a quién en la noche del sábado se le atragantó el cava. Ah, se siente. Haber ido con los buenos.

La amistad es el Ritz de los sentimientos. No todos los días se casan amigos a quienes has presentado. Si tuviese ese ojo para acertar primitivas, estas columnas me las escribiría el mayordomo de mi mayordomo. Ya en casa, volví a preguntarme dónde iría Rodríguez, tan «caballero de fina estampa». Fuese donde fuese, barrunté, no bailó Paquito el Chocolatero. Ya lo siento.

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