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León

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Leoneses y leonesas, debo anunciaros que los pucelanos no muerden. He regresado intacto de Valladolid, ciudad en la que Antonio Silván, Fernando Rey y Severiano Hernández tuvieron a bien presentarme un libro, en la Real Chancillería. Vale, los tres son leoneses. Pero es que a ellos tampoco les mordieron. Además de no recibir dentellada alguna, he sido muy bien tratado. Ni mordeduras, ni manteos. Tampoco collejas. Un trato exquisito, incluso cómplice. Y mentiría si dijese que me ha sorprendido. El coco existe, pero no es de allí. En mi intervención, por aquel axioma de empezar siempre con una anécdota, conté algo que me había ocurrido el día anterior en León. Recurrí a un amigo informático para que me solucionase un problemilla con el ordenador. «Mañana voy a Valladolid a presentar un libro», le dije. Resoplido y respuesta: «Allá tú. Esa ciudad no la piso ni aunque me pagasen por ir». Añadí con ánimo conciliador: « A saber dónde acabarás tú». Soltó un taco. Aventuré: «Si hubieses tenido una novia de Valladolid...». Me interrumpió: «¿Yo con una pucelana? Imposible». Cómo si le hubiera mentado a la hija de Drácula. «Hombre, el amor no tiene fronteras y si te hubieras casado con una te parecería la ciudad más maravillosa del mundo...» Fue como argumentarle a un separatista catalán que si hubiese nacido en Madrid al fuet lo llamaría salchichón. «Jamás con una vallisoletana. ¡Sabré yo mis incompatibilidades!», sentenció. Preferí no meneallo más. Aquí y allá, un informático rebotado es imprevisible.

Mi amigo se muestra cabezota en eso de que jamás beberá agua del Pisuerga, vamos a expresarlo así, pero lo suyo es acritud inofensiva. Ah, las aduana provinciales. En cambio, el radicalismo separatista catalán sí muerde. Y la Constitución no debe dejarse morder.

Precisamente, intuyo que en Valladolid fui tratado con deferencia por ser autor leonés. Y por ser presentado por tres leoneses, muy apreciados allí. Tampoco en León mordemos. En España ya solo muerden cuatro y es posible que acaben en una jaula. Si este madridista pudo casarse con una culé, si bien ella me lo ocultó durante el noviazgo, ¿no va a ser posible que a un informático cazurro le terminen gustando los torreznos pucelanos?

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