Diario de León
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panorama ANTONIO PAPELL
León

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C uando la democracia está en horas bajas por ser escenario de determinadas crisis que debilitan la representación política surgen de inmediato teorías más o menos oscuras que tratan de suplantarla.

La democracia se basa en el sistema de partidos políticos y en la convicción sincera de que los problemas de los hombres tienen más de una solución posible, de ahí la existencia de las ideologías, que deben organizarse para conseguir el poder y ser puestas en práctica.

Frente a estas tesis, las teorías autoritarias piensan que sólo hay una ideología «verdadera», por lo que lo que debe hacerse es aplicarla con los medios técnicos más adecuados sin necesidad de debate alguno, que sólo serviría para difuminar ‘la verdad’. Todas las dictaduras han recurrido a esta argumentación tecnocrática, y también el franquismo tuvo a sus teóricos como Gonzalo Fernández de la Mora, que publicó ‘El crepúsculo de las ideologías’, una adaptación de una obra clásica del sociólogo norteamericano Daniel Bell. En los años 60, durante el franquismo hubo gobiernos ‘tecnocráticos en España’, formados por miembros destacados del Opus Dei.

Ahora, los enemigos de la democracia parlamentaria de partidos han ideado otro discurso: el de la provisión de cargos por sorteo. Las elecciones para proveer parlamentos y otros cargos institucionales ya no sirven, y, como en la antigua Grecia, habría que incorporar una cuota de legisladores designados al azar. También, en los grandes debates habría que seleccionar aleatoriamente a una parte de los intervinientes. Esta es la tesis de un libro reciente del flamenco David van Reybrouck, de gran éxito internacional y que acaba de publicarse también en España con el título ‘Contra las elecciones. Como salvar la democracia’.

La democracia parlamentaria a la manera clásica tiene a su favor la racionalidad: sus fracasos no se deben a fallos de modelo sino a la mala gestión. Por ello, hay que tender a aplicar más rigor que excentricidades, más inteligencia que originalidad.

Porque muchos seguimos creyendo, como Winston Churchill, que la vieja democracia es el peor de los regímenes políticos. a excepción de todos los demás.

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