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Publicado por
José Antonio García Marcos Psicólogo clínico y escritor
León

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E n la actualidad no creo en Dios ni en la Patria ni en el rey, pero soy muy respetuoso con los que creen en dicha tríada, en otras parecidas o en alguno de sus componentes por separado. Pienso que no hay verdades eternas e inmutables y que las personas y las naciones, que somos entidades en continuo proceso de cambio, podemos decidir, en gran medida, nuestro propio futuro. En este sentido, lo mismo que una persona en un momento determinado de su vida puede ingresar en una orden religiosa y en otro bien distinto afiliarse al partido comunista, también podría ocurrir que en un futuro más o menos lejano portugueses y españoles decidieran construir una única nación (el sueño de Saramago) y, por otra parte, que los ciudadanos de Cataluña y del resto de España optaran por crear dos estados independientes. Ahora bien, para conseguir tanto objetivos personales como colectivos es necesario respetar la legalidad vigente o atenerse a las consecuencias. Los separatistas catalanes, sin tener un apoyo popular claramente mayoritario y sin el respaldo de la legalidad vigente que, por otra parte, se podría cambiar por vía democrática, nos están metiendo a todos en un callejón de difícil salida que puede amenazar nuestra convivencia.

Hace poco un periódico sacaba a la luz la llamada Ley de Transitoriedad Jurídica que los independentistas catalanes están amasando en su tahona secreta y me vino a la mente algo que ocurrió hace muchos años en la Alemania nazi. Que nadie me acuse de establecer paralelismos entre lo que está sucediendo en Cataluña y lo acontecido en la Alemania de los años treinta del siglo pasado porque no hay ninguno, a excepción de que lo que ocurrió allí y lo que pasa ahora en Cataluña está protagonizado por personas que tienen sus sueños, sus proyectos, sus aspiraciones individuales y colectivas, sus fobias y sus filias o sus sentimientos de identidad.

Como es de todos conocido, A. Hitler organizó desde Múnich un golpe de estado contra la República de Weimar en 1923 que fracasó y dio con sus huesos en la cárcel. Al salir, emprendió la vía democrática hacia la Cancillería y diez años más tarde, en enero de 1933, fue nombrado Canciller de Alemania. Lo primero que hizo fue disolver el parlamento y convocar elecciones para el 5 de marzo de ese mismo año, pensando en obtener una holgada mayoría que le permitiría gobernar en solitario. No fue así. El partido nazi ganó las elecciones pero tuvo compartir gobierno con un partido más moderado, el Partido Popular Nacional Alemán (DNVP en sus siglas germanas). El primer gobierno de Hitler estuvo formado por pesos pesados del nazismo como Wilhelm Frick en interior, Göring, Hess o Goebbels. Ahora bien, Hitler nombró ministro de justicia a un prestigioso jurista perteneciente al DNVP, el doctor Franz Gürtner, con el fin de tranquilizar a la derecha alemana y enviar el mensaje de que no forzaría el Estado de Derecho en su acción de gobierno.

La actividad legislativa del primer gobierno de Hitler fue frenética. Las primeras leyes tuvieron como objetivo acabar con la oposición y otorgar plenos poderes a Hitler hasta convertirse en un dictador todopoderoso. La creación de los campos de concentración y de una policía secreta que torturaba a los disidentes políticos, allanó el camino para gobernar sin oposición y siempre bajo la vigilancia del benévolo Gürtner que, a veces, expresaba su malestar por cómo se gestionaban determinados asuntos.

El 14 de julio de 1933 el parlamento aprobó una ley que permitía la esterilización forzosa de todos aquellos alemanes y alemanas que tuvieran alguna enfermedad de transmisión genética. La ley se publicó en el Reichsgesetzblatt, es decir, en el Boletín Oficial del Estado y estuvo firmada por Hitler, por el ministro del interior (W. Frick) y por Franz Gürtner como ministro de justicia. Con el objetivo de dar un mayor impulso a las políticas de purificación racial, sectores del nazismo presionaron para que poco después se aprobara una ley de eutanasia que permitiera poner fin a la vida de decenas de miles de enfermos mentales incurables. Hitler era consciente de que una ley así provocaría una fuerte oposición entre sus socios de gobierno, entre sectores del propio nazismo, en las iglesias católica y protestante y que, además, proyectaría una imagen negativa de Alemania a nivel internacional. Con todos esos elementos en cuenta, la decisión que adoptó el Führer fue firmar un documento privado y secreto autorizando la matanza de los enfermos incurables. Los nazis siempre intentaron dar una apariencia legal a sus crímenes, recuérdese la llamada Noche de los cuchillos largos, pero cuando en el fondo hay un desprecio hacia la ley se corre el peligro de verse abocado al desastre.

Creo que el pulso que mantienen los separatistas catalanes con el Estado está yendo demasiado lejos y es de esperar que al final, antes de que sea demasiado tarde, se imponga la moderación, el Estado de Derecho, el diálogo democrático y que seamos capaces de salir de esta crisis de identidad nacional con reformas que mejoren la convivencia y la democracia.

El diputado de ERC, Joan Tardá, siempre ha insistido en que la independencia de Cataluña «la haremos a la catalana», queriendo con ello decir que se hará de forma pacífica y democrática. Es cierto que hasta ahora no ha habido apenas actos violentos vinculados con el procés. Pero, ¿esto va a ser siempre así? En caso de que los separatistas catalanes no logren sus objetivos ¿cuál va a ser la respuesta de sus defensores más exaltados? Por otro lado ¿cómo van a reaccionar los partidarios de la unidad de España en el caso de que triunfe el procés?

Un poco de cordura, por favor.

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