Diario de León
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SILUETAS gonzalo ugidos
León

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S an Francisco de Asís pertenece a la misma especie que Adolf Hitler. Las sinfonías y las catedrales son productos tan humanos como el gas sarín o las técnicas de tortura. La naturaleza humana, a diferencia de la animal, es capaz de lo más sublime y de lo más abyecto. Para ilustrar hasta dónde puede ser inhumano el ser humano se me ocurren pocas cosas más estremecedoras que el video de una mujer atropellada el pasado 21 de abril en un paso de cebra de la ciudad china de Zhumadian. Las imágenes muestran cómo la mujer es arrollada por un taxi. Las imágenes muestran cómo la mujer logra levantar la cabeza un par de segundos para volver a quedarse quieta en el asfalto. Las imágenes muestran a varios peatones y conductores observando la escena sin hacer nada. Nadie la socorre hasta que un todoterreno pasa por encima de su cuerpo y la remata.

Albert Hirschman concibió una teoría fasci?nante para  explicar los ciclos de egoísmo y altruismo. La desgracia de esa pobre mujer china ilustraría que estamos en un ciclo de insolidaridad. Pero el mundo no lo construyen tanto los Estados o las instituciones como los concretos seres humanos con sus actitudes y sus compromisos personalísimos. En un conocido poema, Borges cataloga a las anónimas personas que están salvando el mundo. Esos «justos» tienen en común que no lideran ningún proyecto para establecer la felicidad sobre la Tierra; no proclaman ni declaman, simplemente cultivan la dignidad y luchan cuerpo a cuerpo contra todas las formas de lo inhumano. Frente al asalto a los cielos o al Palacio de Invierno, los «justos» de Borges proponen la cordialidad como dique contra la barbarie. Pocas semanas después de que la indiferencia matara a la pobre mujer china, Ignacio Echeverría murió en Londres por socorrer a alguien a quien no conocía del puñal de un terrorista. Ignacio era joven y no tenía más que una vida. Más le valía vivirla, pero se la jugó en un gesto. Nadie está obligado a ser héroe ni santo, ni siquiera una persona extraordinaria, por eso la conducta de Ignacio salva el mundo.

El suceso de China nos recuerda que la pasividad ante el infortunio ajeno es la fuente de toda inmoralidad. El comportamiento de Ignacio nos despierta la esperanza, porque un mundo sin sentimientos humanitarios, un mundo sin piedad y sin corazón, es una pesadilla inhabitable. En el abyecto episodio de Zhumadian y en el heroísmo de Ignacio vemos lo peor y lo mejor de los seres humanos. Cuando honramos a Shakespeare o a Einstein, a San Francisco de Asís o a Vicente Ferrer es porque unos con su genio y otros con su compasión salvan al mundo. Ignacio perdió la vida, pero en tiempos de indiferencia y egolatría dio una nueva oportunidad al Sermón de la Montaña.

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