Diario de León
Publicado por
CAMINO GALLEGO
León

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Parece que ya nadie se acuerda de la crisis, que fue como un mal sueño demasiado largo. No es que de repente se haya encontrado petróleo o que alguna multinacional haya escogido esta provincia para instalar una fábrica que ocupe a varios miles de personas. No, eso no ha ocurrido y tampoco tiene visos de que suceda.

Sin embargo estamos bajo el síndrome de la euforia futbolística, como si el ascenso de la Cultural significara que León no sigue despoblándose y que los jóvenes ya no tienen trabajos precarios y se sienten invitados a emigrar, como hace sólo unos años eran empujados a hacerse autónomos, fiebre que parece haber remitido después de haberse comprobado que no era la panacea.

Pero esa euforia se nota en que el ladrillo vuelve a aparecer, tímidamente, pero aparece. Aunque sea a costa de rehabilitar viejos edificios en el centro para construir pisos y apartamentos modernos, como si la ciudad siguiera creciendo en población como hace veinte años.

Se nota también en que los dirigentes, políticos o deportivos intentan vender las motos de proyectos que podrían resultar rentables en otros lares, pero que aquí terminarán por pegársela porque desconocen a quien van dirigidos y que no se puede seguir intentando exprimir siempre a los mismos.

No es que me oponga a la construcción del Ademar Arena, es una promoción privada y cada cual es muy libre de gastarse sus euros como quiera. Y por lo mismo tampoco me opongo a que la Cultural o la sociedad que sea intente rentabilizar el nuevo estadio de fútbol. Siempre, claro está, que eso no hipoteque a la ciudad, que es su auténtica dueña y todavía está pagando su construcción.

Tener proyectos es bueno y llevarlos a cabo, también. Lo que ya no lo es tanto es disparar con pólvora ajena e intentar convencernos de que se hace por nuestro bien. Porque, en definitiva, esos proyectos privados necesitan público pagano, que acuda a sus espectáculos y si eso falla se acaba la historia, porque mantener esos proyectos sólo es posible con ingresos elevados. Y una ciudad que agoniza (parece fuerte el término, pero es adecuado) no creo que esté para dispendios. Los esfuerzos, tanto públicos como privados, deberían ir encaminados a crear trabajo de calidad. Con él los jóvenes pueden embarcarse en el ladrillo y en el ocio de esos proyectos, pero si fallan los ingresos no se podrán mantener los gastos. Y todo terminará como el cuento de la lechera.

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