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Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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En uno de sus extraños, viscosos y estremecedores relatos cortos, H. P. Lovecraft —ese flaco y prognato monstruo de la literatura— narra una escena del fin del mundo, tan de su gusto apocalíptico, y coloca al último exponente de la raza humana en un planeta sometido a altísimas temperaturas, prácticamente calcinado. La asfixia y sudorosa agonía del personaje saltan de las páginas del libro al pellejo del lector independientemente de la temperatura reinante, y uno, ante tales párrafos, no puede por menos que hacer ademán de aflojarse la camisa.

Siempre me alucinará la capacidad de este autor inmenso no sólo por crear ambientes opresivos, telúricamente inquietantes, sino por ser capaz de sugestionar de tal modo a sus lectores que hasta experimentan sensaciones físicas concretas —tiemblan, espeluznan, se les eriza la piel— al recorrer sus narraciones. ¿A que una mosca no parece una criatura demasiado temible? Pues yo no olvidaré jamás el cuento que tiene sobre uno de tales minúsculos insectos en particular, ni el bote que pegué en la cama cuando, tras cerrar el libro y apagar la luz, uno de esos bichos alados (pero, ¿ocurrió de verdad?) me rozó la cara...

A mí no me dan miedo los altos portavoces del ecologismo ni los gurús de la sostenibilidad cuando hablan del cambio climático: yo lo temo de veras tras haber leído al maestro de Providence y haber comprendido lo que nos espera. Porque H. P. Lovecraft sabía o intuía todos los terrores que nos aguardan.

En unos sotomontes donde la memoria se llama —se llamaba, hasta ahora— jirones de neblina en el alambre de los chopos, nevadas que caían como grandes fantasmas silenciosos sobre valles y riberas, y cristales siempre empañados, el asadero sahariano de estos días parece un aviso amenazante, un sofocante anuncio de lo que está por venir. Y Pedro Botero, recordémoslo, vigilaba el punto de cocción de las calderas, no la lucecita del No Frost de una nevera.

Desconozco si estamos a tiempo. Y no sé si meter los plásticos en el contenedor amarillo ayudará en algo. Pero mejor no tentar a la suerte y exigir medidas reales si no queremos que nosotros o nuestros descendientes se las vean con un horror aún mayor que el demonio Cthulhu.

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