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Ponferrada

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El Imperio Romano de Occidente se desmoronaba, el monacato se extendía desde Oriente y en uno de los territorios más recónditos de la provincia de Gallaecia—cuenta la periodista Sandra Ferrer en su blog dedicado a las Mujeres en la Historia— una religiosa que después sería santa, posiblemente abadesa de su propio cenobio, emprendía un largo viaje de tres años para peregrinar a los Santos Lugares.

Estamos a finales del siglo IV y aquella mujer llamada Egeria, «aventurera, osada, valiente», según la define Ferrer, se atrevió a recorrer los caminos de un imperio en decadencia y dejó testimonio de su viaje en una serie de cartas que envió a las hermanas de su monasterio. Egeria, quizás hija del propio emperador Teodosio, visitó Egipto y Oriente Medio, Siria y Constantinopla, desde donde escribió su última carta conocida. San Valerio citó su nombre y después llegaron siglos de silencio, hasta que en 1884, el arqueólogo italiano Gian Francesco Gamurrini encontró un códice en pergamino de 37 folios en la vieja biblioteca de la Cofradía de Santa María de Laicos en Arezzo. Eran las palabras de Egeria, la viajera.

Aquel manuscrito, sin principio y ni fin, es hoy uno de los libros de viajes más antiguos de nuestra cultura. Y nada más se sabe de su autora, dónde murió, si completó su peregrinación o regresó a su monasterio. Pero sí parece aceptado que el cenobio escondido al que dirigía sus cartas se encontraba en el Bierzo, en un lugar de retiro que en la Alta Edad Media albergó una veintena de pequeñas poblaciones, ermitas, iglesias y otros monasterios, el más importante de todos el de San Pedro de Montes, para cobijar a monjes y eremitas igual que en la Tebaida egipcia.

Y como en un relato bíblico, ha querido el azar o los designios de Dios, que una catástrofe provocada por la mano del hombre, un incendio pavoroso que ha devorado 1.300 hectáreas en nuestra Tebaida particular, saque ahora a la luz las estructuras donde —y es la hipótesis que apuntan los primeros expertos— pudieron sostenerse los cimientos del primitivo monasterio de Santa Egeria. Si el hallazgo se confirma, bien podríamos decir que la viajera olvidada, la escritora desaparecida por siglos de ignorancia, por fin ha vuelto a casa.