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TRIBUNA

La desaparición de una seña de identidad de León

Publicado por
cesáreo villoria Presidente de la Asociación para la Defensa del Patrimonio de la Ciudad de León Decumano
León

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D e que la ciudad de León tiene un patrimonio artístico e histórico importante, apenas se puede dudar. De que su conservación no está a la altura de la conciencia histórica, tampoco. En otras ocasiones ya hemos puesto de manifiesto que el principal agente de destrucción y deterioro del patrimonio histórico de la ciudad de León ha sido la Corporación municipal.

Esta acción destructiva continúa. Hay algunos factores que la propician. En primer lugar, la carencia de una política conservacionista por parte del Ayuntamiento a la altura de las circunstancias, aunque haya concejala de patrimonio que hasta ahora no ha servido de mucho. En segundo lugar, la idea que tienen las corporaciones locales del patrimonio como recurso turístico, que se puede resumir en la consideración del patrimonio como pastiche, como mezcla de lo auténtico con, diríamos, lo moderno. En este punto el conservacionismo tiene un enemigo además de las corporaciones locales, que es la concepción de determinados profesionales de la arquitectura a los cuales les interesa poco el documento arquitectónico auténtico, cuanto su intervención como creadores — ¿cómo se puede convocar un concurso de ideas para conservar un monumento etnográfico? En tercer lugar, las comisiones de patrimonio que son órganos ineficaces y parciales en sus dictámenes. En cuarto lugar, nos encontramos con la pasividad de una sociedad civil que entra en escena cuando los desmanes ya no tienen solución. En quinto lugar, el organigrama de la administración local que supone que las intervenciones de las ciudades históricas son competencia de la concejalía de urbanismo. En sexto y último lugar, la poca o nula sensibilidad artística e histórica que tienen las corporaciones locales. Esto se traduce en una ignorancia de las leyes y las cartas internacionales sobre patrimonio.

Lo precedente viene al caso de la intervención en la plaza del Grano. No ha podido ser más desafortunada. La Plaza era una o de esos pocos lugares insólitos que quedan en las ciudades de Europa. No es ningún espacio clásico ni de valor urbano de relieve, responde a una creación urbana popular, su valor es etnográfico, uno de los pocos que quedan en el norte de España. Mi impresión inicial cuando la vi de niño fue de asombro, la misma impresión que tuve cuando vi por primera vez el hastial occidental de la catedral de León o la casa de Botines entre la niebla. Es el pasado, lo que fueron nuestros antepasados, en su esencia.

Las razones que se han esgrimido para su intervención son razones para su destrucción. En primer lugar, se ha hablado de su accesibilidad. Esta no puede ser argumento para destruir un bien público. Es más cómodo pasear por un suelo liso, pero nada justificaría el allanamiento de los Picos de Europa. Análogamente hay lugares incomodos en su accesibilidad que si se cambian se desnaturaliza el bien a conservar. Hay que elegir entre tener patrimonio o no tenerlo. Lo que se puede ver de la intervención realizada hasta ahora destruye directamente el bien a conservar. Se ha esgrimido que la Plaza no es BIC y que no está sujeto a jurisdicción especial. Esto es falso en un doble sentido, se ha propuesto en reiteradas ocasiones su conversión en BIC e intencionadamente no se ha hecho. Es falso, porque, de otra parte, la Plaza forma parte del Camino Francés y como tal está sujeta a la jurisdicción que obra en estos casos. Razón suficiente para su protección cautelar por parte del Juzgado.

Pero si del estatuto jurídico de la Plaza se deduce una libertad en el ejercicio de su intervención, nosotros los conservacionistas sabíamos cuál podía ser el resultado, no su desnaturalización, sino su destrucción: un ejercicio de experimento urbanístico de la peor calidad. De ello tendrán que dar cuenta los responsables de la fechoría a las generaciones futuras: la Corporación municipal de León como principal agente destructor del patrimonio, que es lo que ha hecho durante generaciones sucesivas.

La intervención actual de este modo se convierte en desastre. Es la contemporaneidad del peor gusto la que se apropia del pasado, lo manipula en nombre de la comodidad, del interés más grosero, que se atreve a utilizar criterios morales prepotentes para justificar la fechoría: todos tienen derecho al tránsito por la plaza. O políticos, «hay que ser coherente», como dice un concejal del PP en el Ayuntamiento de León. Coherentes con los errores: ¿acaso esto representa alguna virtud? El partido en el Ayuntamiento de León se ha atribuido por derecho propio el desastre de haber destruido una plaza única. La historia les juzgará.

A los defensores del patrimonio de esta ciudad nos queda la melancolía, mientras la ciudad antigua se convierte en un escenario barato en el que ya nadie ni nada se reconozca. La actividad política se convierte en obstáculo, en propagación de la ignorancia, revestida de los laureles de la modernidad, de la poca inteligencia, del derroche de los recursos. La barbarie se ha impuesto una vez más.