Diario de León
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el mirador fermín bocos
León

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N uestro Parlamento es con demasiada frecuencia un «Leimento». El grueso de sus señorías, no todos, afortunadamente, acostumbran a tirarse el folio —nunca mejor dicho— que traen escrito desde casa. Son pocos los oradores y menos aún los buenos oradores. En el principio fue el Verbo, ahora es la imagen. En un Parlamento —el mismo nombre de la institución nos pone en la pista de lo que debería ser—, nada debería reemplazar a la palabra. Durante los días germinales de la Transición tuvimos la suerte de asistir a sesiones parlamentarias memorables. Algunos políticos parecían haber heredado el testigo del arte de la oratoria de los grandes tribunos de la II República y aún de más atrás. En ocasiones, el eco de los grandes discursos de Castelar, Cristino Martos, Cánovas del Castillo, Romero Robledo, Gil Robles o Manuel Azaña parecía reverberar en la intervenciones de algunos de los nuevos diputados. Desde Felipe González, Miquel Roca, Solé Barberá o Manuel Fraga pasando por José Carlos Mauricio, Ramón Tamames, Juan de Dios Ramírez Heredia, Miguel Herrero de Miñón, o aquel trueno canario que se llamó Fernando Sagaseta. Diputados hubo que hablaban horas y horas sin acudir a la muleta del papel, sin una nota. Ibamos al Congreso a escuchar, a aprender. Después las cosas cambiaron.

La costumbre de repartir entre los periodistas una copia de los discursos antes de subir a la tribuna de oradores fue la confesión de que el parlamentarismo había cedido pie ante el utilitarismo. Lo práctico era asegurar la crónica de agencia y la entrada en el telediario. El arte de la elocuencia —tan encomiado en el Mundo Clásico— había perdido crédito. Los malos oradores, protagonistas en ocasiones de intervenciones cansinas, ganaban la batalla. Otra degradación fue el ir poco a poco reduciendo las intervenciones a una gavilla de titulares.

Todo esto tiene razón de actualidad en el rechazo a una propuesta de IU (Alberto Garzón) que pretendía modificar el Reglamento de la Cámara para que: «Los discursos se pronunciarán personalmente y de viva voz, es decir, no podrán en ningún caso ser leídos, aunque será admisible la utilización de nota auxiliares». Era un buena idea. Pero ha sido rechazada. Lástima.

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