Diario de León

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Los retornos del pionero

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ernesto escapa
León

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Después de su expresión de horror ante el Musac, parece oportuno que para el regreso póstumo durante este mes de junio de los cuadros de Pablo Antonio Gago (1926-2016) a León, se haya dispuesto su acogida en los Espacios Creativos del auditorio, donde puede verse una muestra selecta de dos décadas de su arte hasta el jueves 29. De 1947 a 1966. Habrá sido cautela de los guardianes de su vuelta a casa, después de décadas de lejanía inmerecida y de retornos siempre a salto de mata. En esta comandita tutelar de acogimiento a la obra de Pablo Gago Montilla figuran el poeta amigo Antonio Merayo y el crítico Marcelino Cuevas, la galerista municipal Marisa Valbuena y la doctora Rosa María Olmos Criado, además de su amiga Charo Valencia.

En 1946, al cumplir los veinte años, se produjo en Gago el descubrimiento de la abstracción, alentado por una beca del gobierno francés para residir y pintar en París. Entre 1946 y 1950, se adentra en una aventura estética que se traduce en cuadros huérfanos de color, de gamas frías y opacas. A partir de ahí, su obra permanece en la estancia vanguardista, sometida a un proceso de ahondamiento en los cauces de una corriente a la que ha mostrado fidelidad absoluta. Progresivamente irrumpen la luz y el color, que abren el portillo por el que se muestra el dominio de un oficio largamente trabajado. Es entonces cuando se derrama en sus lienzos el lento deshielo del aprendizaje.

Junto a Saura y otros cómplices participa en una etapa de investigación neofigurativa cuyos resultados se muestran en1953: una colectiva en la que sus cuadros cuelgan con obras de Picasso, Calder, Miró y Tàpies. Expone en París, en Barcelona, en Madrid. Da clases y pontifica en los veladores del Gijón, donde convoca una cuadrilla de jóvenes entusiastas. A la vista del panorama, que no se conmueve por nada, en 1958 Gago se traslada a Méjico, donde desarrolla una actividad importante como muralista y decorador de escenarios televisivos.

Su obra se proyecta en escenografías teatrales, participa en docenas de películas (con la calderilla de un Goya hace veinte años), decora muebles, colabora en diseños arquitectónicos y ferroviarios, buscando la humanización del hábitat. Displicente con los señuelos tendidos por los quiebros de la moda, se concentra en el dominio de las entonaciones cromáticas. A su través, articula un relato desprovisto de anecdotario que multiplica su significación y suscita en el observador un estremecimiento radical. Es el resultado de la templanza expresiva, forjada durante años de oficio y depuración estética. Como oficiante pertinaz del canon abstracto, desprecia las adherencias y resuelve su lenguaje en los límites del plano, sometido a la elocuencia de la luz y del color.

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