Diario de León

fuego amigo

El mago de los títeres

Publicado por
ernesto escapa
León

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Aunque siempre tuvimos rachas de comunicación intensa, durante las que intercambiábamos toda suerte de complicidades, la noticia inesperada de la muerte en Barcelona del hombre de teatro leonés Julio Michel me amargó el fin de semana sanjuanero. Michel era montañés del Valle del Hambre, donde nació en San Martín de Valdetuéjar, aunque tuvo una infancia hospiciana recogido en San Cayetano. Luego emigró a Francia, ya adolescente, y allí estudió psicología y arte dramático. El regreso a España a finales de los setenta lo hizo de la mano de Amancio Prada, con quien había creado en París Candilejas, un grupo de teatro popular para emigrantes. Amancio preparaba entonces el Cántico espiritual y Julio Michel también trajo de París Libélula, un grupo formado con Lola Atance que surgió prendido de la magia de las marionetas y los títeres.

Conocí a Julio de la mano de Santiago Trancón, cuando ambos preparaban un festival de títeres que cuajó en el Titirimundi del 85. Habían coincidido y se habían reconocido en un país del Este, alertados por la pasión compartida del teatro, y cuando Santiago ocupó la dirección general de Cultura en la Junta, recurrió a Julio Michel para poner en marcha su proyecto de rescate del teatro de títeres, en el que la alianza de imaginación y magia alumbra el espectáculo dotado con más capacidad de asombro. Titirimundi fue un éxito internacional desde su primera edición, con espectáculos repartidos por jardines históricos, plazas recoletas, calles empinadas, ruinas conventuales y torreones renacentistas abocados a la hipoteca, como el señorial de Lozoya. De ahí, la purga inmediata, que obligó a una pausa sin festival, hasta que el ayuntamiento asumió el proyecto y a él se fueron sumando otras instituciones, como la Junta y el ministerio, que ahora lo arropan.

Julio Michel fue un personaje poseído por la magia de los títeres y en la resurrección de Titirimundi recurrió a la complicidad de sus muchos amigos para que acogieran en sus casas a los titiriteros, que acudieron al festival sin cobrar hasta que se normalizó la situación. Aunque en realidad Julio nunca se llegó a creer que Titirimundi estuviera consolidado sin riesgo de desaparecer. Por eso, cada año repetía el cortejo hasta lograr un festival con más de cuatrocientas representaciones. Esta última primavera Julio Michel siguió dirigiendo Titirimundi con el mordisco de un tumor estomacal y con la cabeza cubierta para disimular la pérdida de pelo, convencido como Darío Fo de la excelencia de un teatro en el que confluyen todos los lenguajes escénicos. Yo le debo a Julio el descubrimiento de un lugar machadiano impagable: el mesón de San Pedro Abanto, hasta el que se acercaba cada día el poeta en su ronda de vinos.

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