Diario de León

TRIBUNA

Complejo de inferioridad

Publicado por
ARMANDO MAGALLANES PERNAS Catedrático de Geografía e Historia
León

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R ecuerdo que tal noche como la del 15 de junio de 1977, nos encontrábamos un grupo de estudiantes del primer curso universitario en un piso en León que contaba con una amplia terraza, desde donde se veía el antiguo estadio Antonio Amilivia. Los presentes en aquella reunión espontánea pasamos la noche esperando los resultados de las elecciones generales que se habían celebrado a la luz de la Ley para la Reforma Política de Adolfo Suárez, que podríamos considerar el pistoletazo de salida para la formación de unas Cortes Constituyentes que habrían de poner en marcha la arquitectura de la Transición que, dicho sea de paso, había comenzado tiempo atrás con los contactos entre el rey Juan Carlos y los que habían de ser los protagonistas de la Transición, con la figura de Torcuato Fernández Miranda entre bastidores, y que, en última instancia tendrían como corolario la Constitución de 1978, con la que esta nación de nuestros quebrantos iniciaría el más largo periodo de prosperidad, desarrollo y concordia que hemos conocido hasta hoy. En definitiva, un periodo que ha demostrado, gracias a la grandeza de miras de los que podemos llamar los «padres de la Transición» y al civismo de la población española, que los españoles no estamos, por naturaleza, incapacitados para la convivencia en paz.

Ahora bien, al socaire de la crisis económica de esta última década, han aparecido en España y en otros países organizaciones políticas de carácter populista y antidemocrático que, en lo que atañe al caso español se han ufanado de representar a la auténtica izquierda cuando, en puridad, no hacen otra cosa que no sea rebuscar en una especie de outlet de las ideologías; es decir, lo característico de todos los populistas que en el mundo han sido. En efecto, como representan la pureza extrema en el sentido metafísico del término (es decir, la perfección), han calificado a la Transición como una traición a las esencias democráticas (de la verdadera democracia, se entiende) y una claudicación de los artífices de aquella ante los intereses del tardofranquismo, el capitalismo, la burguesía depredadora y otros tópicos de todos conocidos. Siguiendo esta argumentación, fue de nuevo el pueblo el gran perdedor, quedando, como siempre en estado de postración y abandono.

Este es, pues, el discurso del populismo de los últimos años, un discurso que utiliza la estrategia de las ideologías totalitarias del periodo de entreguerras, a saber, un lenguaje violento e intimidatorio contra el enemigo, al que se convierte en el chivo expiatorio que necesitan para extender la intolerancia y, de este modo, «alcanzar los cielos». En definitiva, un discurso que haga crecer en el enemigo la sensación de inferioridad moral.

En el caso español esta estrategia ha dado buenos resultados, llegando a seducir a importantes capas de nuestra sociedad, simplificando hasta el absurdo el análisis de la realidad, gracias, por una parte, a las redes sociales, que se han mostrado como un importante instrumento de manipulación, y, por otra, a la necesidad que tienen muchas personas de recobrar la esperanza, aunque sea a través del autoengaño

¿Cuál es el chivo expiatorio en nuestro caso? Naturalmente, esa élite blanda y corrompida que puso en marcha en España una democracia de segunda división. Así pues es hacia esa élite hacia la que hay que descargar toda la violencia verbal para generar en ella una sensación de inferioridad ideológica. Se trata de sacar a la luz sus vergüenzas y así demostrar que han estado ejerciendo el poder de forma ilegítima. Cuando esto se logre se habrá alcanzado la sociedad perfecta y habremos llegado, parafraseando a Francis Fukuyama, al «fin de la Historia». Note el lector que la historia se repite.

Que se considere a la derecha en España fascista, franquista y moralmente envilecida es natural si seguimos los tópicos característicos en este país. Así pues, dejemos a la derecha con sus miserias porque es incorregible. Ahora bien, ¿y el PSOE? Ahí está el nudo gordiano de la cuestión. En efecto, el PSOE ha sido tan responsable o más que la derecha de nuestro déficit democrático según nuestros populistas, de ahí que se haya hecho necesario desenmascararlo. Y a fe mía que se ha conseguido, ya que hemos visto en los últimos dos años como un partido que ha ayudado de manera notable al progreso de este país y a la mejora de la calidad democrática y de la convivencia en paz, se ha convertido en opinión de los guardianes de las esencias en uno de los responsables de la postración de España. De resultas de esto tenemos un PSOE de derechas, anacrónico y apoltronado, representado por los mayores del partido y algunos de los jóvenes, que saben qué son y se sienten orgullosos de su pasado y del servicio que han prestado a este país. En el lado contrario está el PSOE que acaba de «renacer» desde el 18 de junio y que dice que «somos la izquierda».

Que el eslogan del último cónclave del PSOE haya sido el que he mencionado arriba es, a mi modo de ver, el epítome del complejo de inferioridad que aqueja hoy a la socialdemocracia española y del hecho de que haya caído en el garlito que le ha tendido el populismo. Así será imposible que vuelva a encarnar una opción que ofrezca garantías de convertirse en alternativa de un gobierno responsable, porque su baja autoestima les hace, de momento, poco fiables.

Así pues, esperemos que no se cumpla la ley de gravitación universal por lo que hace al PSOE y a los populistas de dentro y fuera de él y volvamos pronto a la senda de la rutina democrática. Creo que en España estamos ya sobrados de emociones fuertes.

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