Diario de León
Ponferrada

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Escribo estas líneas mientras Mariano Rajoy declara ante un juez como testigo de la caja B del PP. El presidente del Gobierno ha negado que recibiera sobresueldos y donativos opacos. Y ha salido del paso sin tropezar demasiado.

No es la primera vez. Rajoy tiene el mérito de no haberse ahogado con los hilos de plastilina del Prestige cuando era ministro, y como presidente ya había resistido al vendaval que levantaron los papeles de Bárcenas y aquel mensaje —Luis sé fuerte— sin perder el cargo.

Mientras escribo estos párrafos, Ángel María Villar, apartado de la Federación Española de Fútbol, se pasea por el patio de la prisión de Soto del Real junto a Ignacio González, el expresidente de la Comunidad de Madrid, que ha pedido que le dejen salir de la cárcel mientras le investigan debido a su deterioro físico y mental. Villar, que durante 29 años ha tejido una red clientelar en torno a la Federación, según los investigadores, ha solicitado una televisión para estar en contacto con el mundo. González, por el contrario, propone al juez que le quiten el wifi de su casa para que pueda aislarse sin influir en los testigos de su caso.

Escribo este artículo una semana después de la muerte de Blesa, el banquero de las tarjetas black, uno de los hombres más odiados de España junto al tesorero del PP Luis Bárcenas. La autopsia ha dictaminado que lo de Blesa ha sido un suicidio, pero una muerte como la suya, con un disparo en el pecho, y con todas las de perder ante los tribunales, ha alimentado las teorías de la conspiración. No seré yo el que aliente desde aquí interpretaciones tan arriesgadas, pero está claro que la rápida incineración del cuerpo del banquero es gasolina para quienes ven fantasmas en todas las esquinas.

Parece que Bárcenas, en cualquier caso, ya no cumple el papel de cabeza de turco que algunos le adjudicaron y no está por la labor de señalar a nadie del PP por financiar ilegalmente al partido, salvo a su antecesor, Álvaro Lapuerta, que sufre demencia senil, y ni siente ni padece. Y nada puede decir en su descargo.

Y ahora espero que entiendan por qué me aburre la novela negra; por qué no me enganchan las tramas policiacas; por qué me he cansado de Bogart y de Brando y apago el televisor cada vez que reponen un clásico.

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