LA LIEBRE
Verbenas
La ruta de las noches en el estío leonés se dibuja con una línea discontinua que une el reguero de cartelines con fondo en naranja, amarillo, rosa o verde fosforito. La senda se construye con los mensajes que se insertan con letras en negro tipo palo para informar de manera sucinta de que hay grandes fiestas o fiestas —habría que establecer un organismo calificador como la guía Michelín para que se encargara de esto— y debajo el nombre del pueblo, con caracteres abultados, y las fechas de las celebraciones. Los anuncios se desperdigan para cumplan con su misión pegados en mitad de los contenedores al lado de una carretera, acaballados en los postes de las señales de tráfico de los cruces estratégicos y espetados en mitad de las fachadas de casas que se presumen abandonadas, muchas veces superpuestos encima de los avisos de otros pueblos, cuyos festejos puede que hayan pasado ya o mejor no. Son faros, alertas de última hora para captar la atención de los pocos distraídos que aún no saben recitar de memoria el rosario de verbenas, con el nombre de su santo incluido, del calendario que cierra la puerta con la Virgen de los Remedios.
El éxito lo demuestra el reguero de intermitentes que cada noche hacen cola para pasar bajo el arco de los banderines rojigualdas a la entrada de las poblaciones rurales. Las verbenas se erigen como un programa de hermanamiento con el que coloquen el nombre de los pueblos en el mapa incluso quienes creían que León empieza en Villaobispo y termina en Armunia. Han hecho más por la cohesión territorial leonesa y el arraigo las orquestas que pelean por meter el camión hasta la plaza, entre los avisos de los paisanos cacha el alto para alertar de que no pasa, y las discotecas móviles, embutidas en caravanas de los años 80, que los planes de las instituciones para dar paseos por tu provincia y evitar la despoblación. No estaría de más empezar a promover su reconocimiento como Patrimonio Inmaterial, Bien de Interés Cultural o cualquier otra figura que aporte fondos. La idea serviría para promover la exaltación de los pueblos que pelean por demostrar que allí, al menos en verano, se censan los mozos que están orgullosos de no dejar morir las raíces que les trasplantaron sus abuelos. Pero, por favor, un poco menos Despacito y algo de Los Berrones.