Diario de León

Vaya si hay dos Españas: vea usted, si no...

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LA SEMANA fernando jaúregui
León

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V aya si existen las dos Españas, debió pensar el rey este viernes, con el corazón helado, al recibir en Marivent al flamante —es un decir— presidente del Parlamento balear, Baltasar Picornell, que apareció luciendo su larga melena, una chaqueta inenarrable y, claro, zapatillas deportivas, se supone que por si tenía que salir corriendo.

Felipe VI, que debe ser uno de los pocos que cree en las instituciones en este país nuestro, vestía un traje gris claro, encorbatado, muy poco vacacional, para recibir a las máximas autoridades de la isla, todas ellas, desde luego, republicanas confesas. La fotografía Monarca-Picornell es de esas que valen mucho más que un millón de palabras, e incluso, duro es decirlo, que esos versos de Machado, «españolito que vienes al mundo».

Nunca quizá, como este viernes, la maldición machadiana de las dos Españas se puso más en evidencia, y no hablo solamente del atuendo de Picornell, que salió de su encuentro con el jefe del Estado al parecer encantado: «Me ha gustado conocer al rey, y espero que él se haya llevado también una buena opinión de mí», dijo, sabedor sin duda de que el rey puede que reine, pero ni gobierna ni habla sobre sus encuentros oficiales y éste, pese a lo que pudiera deducirse de la foto, lo era. Así que está a salvo el señor president del Parlament balear: nada dirá Don Felipe sobre él. Ni sobre nadie, aunque sin duda tiene sus opiniones/aprensiones propias.

Porque, volvamos al país que podría llevar al dios Jano en su enseña nacional, por lo bifronte, digo, lo ocurrido esta semana que concluye ha sido de aurora boreal. Rajoy, en La Moncloa, como si no ocurriese nada, media hora de su rueda de prensa dedicada a insistir en que menuda nación más estupenda es España —que lo es—, ni un músculo alterado por su declaración testifical, ni un gesto ante lo que, en esos mismos momentos, ocurría en el Parlament catalán, lanzado ya a la desconexión unilateral, golpista, de España.

Una España que tiene conciencia de que la situación es muy grave y de que algo va a ocurrir este mes de agosto, en el que muchos se van de vacaciones con bastante malos augurios en el alma: jueces, periodistas y parlamentarios ignoran si tendrán que interrumpir de pronto su descanso, por lo que venga. Y otra España que recalca lo bien que va la economía, los muchos turistas que nos abarrotan y que, si nos va tan bien, para qué diablos andar reformando constituciones, como dicen los socialistas —bueno, algunos socialistas, que ese es otro capítulo de las dos naciones que conviven, mirado a Oriente una, a Occidente otra, como Plutarco definía a Jano—.

Ya no sé, la verdad, si vivo en la España malvada de Puigdemont —ya sé que él no cree vivir en España, pero se equivoca tanto...— o en la magnífica de Rajoy; no sé si el partido de oposición que debería equilibrar las cosas es —era— el de Madina o el de Sánchez, el de Pedro o el de Susana; no sé si puede convivir el país en el que Felipe de Borbón es el jefe del Estado con el país que quiere convertir casi en estados a cada isla balear, con el señor Picornell de reyezuelo. Me parece bien, porque así debe, por lo visto, parecerme, tanta, ejem, variedad... siempre y cuando ese magma, casi inexistente al parecer, llamado ciudadanía, o sociedad civil si usted quiere, imponga el sentido común de la inmensa mayoría, silenciosa hasta ahora, y llegue a una síntesis ante tanta tesis y antítesis, que acabarán llevándonos, a este paso, a una sola España, acaso la peor: la del ridículo. Y eso sí que no.

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