Cerrar

Creado:

Actualizado:

H ace 35 años que Julio Llamazares escribió El río del olvido. Relata el viaje a pie del autor, en el verano de 1981, a lo largo de todo el curso del río Curueño. Nos describe la experiencia de su viaje en el que volvió a los parajes que? habían transcurrido todos los veranos de su infancia. El Curueño adoptó a Julio Llamazares, venero su hidalguía y que siga cabalgando a la orilla del río del olvido.

La montaña del Curueño está en un olvido. No ha habido ni hay un plan de desarrollo para revitalizar y dar vida a esa naturaleza abrupta, a esa tierra que tanto ha dado con nombres importantes y con linajes históricos que la engrandecieron y llevaron por todo el territorio nacional. El pesimismo invade el curso del río Curueño, desde su nacimiento hasta ser engullido por otro río como es el Porma. Los que hemos nacido a la vera del Curueño no podemos por menos que recordar el pasado y quedarnos con la nostalgia de una tierra próspera, llena de vida. ¿Por qué me importan las tierras del Curueño y sus pueblos? Porque, donde se nace, nunca debe haber olvido. Las raíces son y serán la base de la vida. De tanto recordar, muchos pensamientos se convierten en sueños. Pues sí, he soñado que la montaña del Curueño en un futuro será un lugar de desarrollo, de vida. No volverán los que se fueron, pero vendrán nuevas generaciones a poblar estas tierras y una nueva reconquista ocupará los pueblos. ¿Y cómo va a ser? ¿Cómo van a llegar los nuevos pobladores? Pues bien, mi sueño es desarrollo y aprovechamiento de lo que hemos tenido y de lo que podemos tener y de lo que quizás nos han negado las personas, instituciones y políticos.

El primer sueño fue la mejora de la carretera desde la Vecilla a Vegarada. Bueno, no fue un sueño, era un proyecto de cinco mil millones de las antiguas pesetas. Y pregunté al responsable y me contestó: ya está, se va a empezar. Pero, lo que veía que era una realidad, se convirtió en un sueño. Soñé que se reconstruía el balneario de Nocedo. Que sobre sus muros se levantaba un complejo de ocio y de vida y que iba a crear muchos puestos de trabajo. Que sus aguas termales volverían a aliviar los reumas del siglo veintiuno. Que iban a ser descanso de las batallas diarias de la vida. Que sus instalaciones estarían ocupadas por: trabajadores, sociedades y empresarios. Que en la paz de la naturaleza nacerían nuevos proyectos empresariales o potenciar los existentes. Que los dioses del deporte cogerían fuerzas en esta naturaleza abrupta y que el ímpetu de sus picachos sería la fuerza de los galardones y medallas. Que en sus comedores y salones se escuchará la música que inicia el baile de nuevos mundos que se han unido. Que la capilla, en ruinas, volvería a ser testigo de una nueva vida y del encuentro de creyentes.

Soñé que el valle de Villarrasil podía ser un centro cinegético, un centro de observación de la fauna salvaje; un lugar que con sus miradores se contemplara ese inmenso cosmos y esa abrupta naturaleza. Soñé que la estación de Riopinos, con nuevas infraestructuras, sería modelo de deporte de invierno y que cientos de esquiadores descansaría en la placidez del nuevo balneario. Soñé que en el puerto de Vegarada se podría levantar un complejo turístico y gastronómico. Soñé que se abrían nuevas carreteras entre Oville y Nocedo, entre Puebla de Lillo y Villaverde y que se uniría el valle del Porma con el Curueño y habría más vida, y este valle del Curueño, muerto e inerte, resurgiría de sus cenizas. Se fomentarían nuevas edificaciones y los nuevos moradores darían vida a esta tierra abandonada.

Soñé que se explotarían todos los recursos naturales, potenciar las cuevas de Llamazares, hacerlas más accesibles y que fueran un ir y venir de turistas. Soñé que en Arintero y la Braña se podría hacer un museo de la evolución del hombre. Mi imaginación sigue volando y me lleva a Valdorria a recorrer y llegar a la ermita de San Froilán. Y recorrer el rio de Valdorria y llegar a la cascada de Nocedo y hacerla más accesible. También soñé que, Montuerto, Valdeteja, Tolibia de Arriba y de Abajo, Lugueros, Redipuertas, Cerulleda, Redilluera podrían ser un lugar de desarrollo turístico, casas rurales, que acogerían a muchos visitantes. Que la ganadería ocupara sus tierras, sus prados, sus montes y que nacerían industrias lácteas y derivados. Y en ese sueño, La Vecilla sería el núcleo de múltiples proyectos, donde se concentrara el puesto de mando y todas las sinergias que dirigieran todos estos sueños y que se extendiera hasta Valdepiélago para que en los alrededores anidaran polígonos industriales.

Soñé que los vestigios de una cruenta guerra podían ser recorridos por las nuevas generaciones no, para ahondar en le memoria histórica, sino para meditar en la paz y valorar lo que hace el ser humano para defender su integridad física cuando está en peligro. Esos túneles, unos acabados, otros inconclusos, esas trincheras o esos caminos que conducían a la observación del enemigo y ver cómo podía defenderme mejor o atacar con mayor eficacia.

Y después de que estos sueños se cumplan, los pueblos de la montaña del Curueño estarían repoblados. Por sus calles se oirían los gritos de los niños, serían un continuo ir y venir de gentes. Coches de ida y vuelta al trabajo. Y las escuelas volverían a ser pobladas por nuevas vidas. Y se levantarían complejos de ocio en todos los pueblos: campos de deporte y renacerían las boleras y no se perdería lo autóctono.

Pero los sueños alguna vez son proyectos y los proyectos pueden ser realidades. Para ser reales hay que contar con el ser humano, hay que contar con el emprendedor y, sobre todo, hay que contar con las fuerzas vivas que no se interpongan en el camino y hay que contar con los que ahora están para que no pongan palos en la rueda. Que no miren para su ego, que piensen en los demás que piensen que una vida distinta es posible. Estos sueños fueron realidades en otras tierras en otras regiones, porque el que soñó tuvo apoyo de las instituciones, de los políticos, de los lugareños.

Pero el mayor enemigo es aquel que quiere que todo siga igual porque, al fin y al cabo, yo no lo necesito y no quiero que nadie invada mi soledad, mi tranquilidad y mi descansada vida. Hay un dicho que dice «nadie es profeta en su tierra» y, como en el cuadro de Goya, Saturno devora a sus hijos. Pero, al menos, he contado mis sueños y, sin ánimo de ofender, no seamos como el perro del hortelano, que no come las berzas ni las deja comer al amo. Y no desearía reafirmar el dicho de Calderón la Vida es sueño y los sueños son, pero también soñar hace feliz al ser humano…

H ac