Demasiadas dudas
E l escritor y columnista venezolano Moisés Naím suele decir que la guerra ya no es lo que era porque con nuevas armas y formas de combate, los actos bélicos ya no son monopolio de los Estados. No solo un comando, sino incluso un lobo solitario, puede hacer la guerra. Y en esta nueva guerra que libra el mundo vale más un lobo solitario que toda una división del ejército, como concluye el escritor y periodista Julio Llamazares.
Tras los atentados de París, Francia se declaró en guerra porque había sido atacada. Tras los ataques en Cataluña son muchas, tal vez demasiadas, las dudas que surgen. ¿Debe declararse también España en guerra, como hizo Francia? ¿Basta con que lo hagan sus socios: Francia, el Reino Unido, EE UU, etcétera? ¿Debe propiciar una gran coalición, a la que sumarse, sin liderarla? ¿O cabe replantear la estrategia belicista inspirada hace años por Bush desde EE UU y secundada por sus socios de la OTAN? Dicho en otras palabras: ¿es posible cambiar el rumbo mediante un nuevo enfoque de seguridad, que supere la estrategia Guerra contra el Terror, apadrinada por Washington? Sea cual sea la respuesta, Mariano Rajoy debe tener una alternativa inteligente. La simple condena y la coordinación política interna no bastan. Hay analistas que prefieren no recurrir a la dialéctica de la guerra y se centran en los aspectos económicos y políticos —léase también diplomáticos— del problema. Si este es el camino habrá que empezar por saber quién paga todo esto y quién o quiénes financian los ataques a Occidente. Se sabe que el llamado Estado Islámico —también conocido como el ISIS o el Daesh— obtiene dinero de los secuestros, el contrabando de armas y materias primas, y del tráfico de refugiados que propicia la guerra en Siria y el éxodo de inmigrantes. Pero se sabe mucho menos de cuál es la respuesta exacta de Occidente ante ese estado de cosas. Y menos aún de cómo maneja sus relaciones con ciertos gobiernos sospechosos y corruptos. Los ataques terroristas en Barcelona y Cambrils mantienen abiertos los interrogantes sobre lo que está por venir. A la clase política le corresponde centrar la respuesta. Si Occidente cortase la financiación del ISIS, estrangulando su existencia, y buscase algún remedio social a su propia fábrica de terroristas jóvenes, tal vez las cosas empezarían a cambiar, sin renunciar a la legalidad democrática. Porque el ISIS no ha cambiado sus planes de siempre.