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Publicado por
Andrés Mures Quintana sociólogo y analista político
León

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L os terribles y desgraciados acontecimientos que han tenido lugar en el centro de Barcelona hace pocos días, han evidenciado una serie de desarreglos y desajustes en el andar diario de la vida nacional, que se hacen más preocupantes con el paso de los días. Lamentablemente, la Política ha dejado de la mano la Sociología, ciencia ésta que es sumamente útil para averiguar con escaso margen de error, lo que la sociedad gobernada necesita, y lo que ésta a su vez espera de sus dirigentes.

Las conmemoraciones de dolor en la capital catalana han dejado una muestra exacta de la realidad que los ciudadanos de a pie palpamos con facilidad, pero que los políticos (sobre todo los venidos de Madrid), ignoran a las claras, o al menos eso dan a entender.

Tanto el Rey como sobre todo el presidente del Gobierno de España, su ministro del Interior y la señora vicepresidenta (la que abrió un despachito en la sede de la Delegación del Gobierno, que nunca supimos por qué ni para qué) han sido ninguneados y zarandeados socialmente a la vista de todos. El gesto ladino de un sujeto de la catadura moral de Puigdemont, lo decía todo. El personaje gozaba con la puesta en escena, tanto como en su día el siempre mal recordado Mas en aquel partido de fútbol donde con una sonora pitada se humilló al rey de España y a España entera.

Es preciso reconocer que el Rey cumple su papel aunque le duela el estómago; su capacidad de maniobra es limitada, pero la parsimonia de un Rajoy hermético y contra la pared, incomoda a muchos, muchísimos españoles, que para bien o para mal se ven representados por este individuo que se pasa la vida mirando a través de los ventanales de La Moncloa tratando de ver la solución a los mil problemas del país colgada de un nimbo en lontananza.

La murga catalana lleva muchos años sonando en los oídos de la mayoría de españoles hasta un extremo (en los días presentes) que se llega a hacer insoportable. La respuesta a los continuos desafueros de los políticos catalanes por parte del Gobierno de la Nación también se hace difícil de aguantar por cansina y cobarde. Mariano con la misma coletilla; la misma que utilizó en 2014 en la víspera del referéndum fallido. Soraya, día sí y otro también, musita el mismo recital hueco y carente de sentido, algo que en el palacio de la Generalidad, al Cocomocho y sus secuaces les hace partirse el espinazo de risa. Mariano, un ser inconsciente por naturaleza, hace tiempo que olvidó, al igual que Montoro, Guindos, Arenas, Nadal o toda esa caterva que nos gobierna llevándonos de aquí para allá, que él representa a toda la nación y que ese hecho singular le obliga a una serie de determinaciones para no poner en riesgo el futuro de muchos ciudadanos, entre ellos un abultadísimo número que vive y sufre en una Cataluña zarandeada por el odio y la sinrazón de unos politicastros del tres al cuarto. Por un Parlament, donde asientan sus posaderas una colección de extremistas que en un país digno estarían poscritos o perseguidos judicialmente por hechos y dichos.

Aquí ha llegado un momento que vale todo con el beneplácito del que tiene la responsabilidad de velar por los intereses de todos, que es el presidente del Gobierno de la Nación. Lo malo del asunto es que el remedio, a estas alturas en las que nos encontramos, es difícil, costoso y aventurado. Los consejeros de Presidencia y de Interior de la Generalidad, junto a la actitud sectaria y temeraria de la alcaldesa Colau, han dado muestras de una vileza poco común. Los desplantes de Trapero, el mandamás de los Mossos, reflejan un modo de proceder odioso que ha supuesto una humillación constante para la Policía Nacional y la Guardia Civil.

Por mucho que se diga, por mucho que se ensalce en vano a la polícía catalana, los cuerpos de Seguridad Nacional junto con el CNI, llevan siglos de ventaja a estas cuadrillas de Mossos, que bien que mal, aportan poco más de cuatro días en el ejercicio de sus funciones. Han hurtado información a Policía y Benemérita, los han apartado de las investigaciones, han desoído sus consejos y sugerencias, impidieron a los TEDAX de la Guardia Civil acceder al chalet de Alcanar. Se mofaron de la jueza de una localidad cercana (Amposta) sobre los extraños movimientos en el chalet.

En fin, ha sido una cadena de despropósitos donde las directrices de los políticos han marcado un proceder errático e ignominioso. El arrumbar para un rincón los consejos y sugerencias de la polícía belga ha dado los frutos nefastos que conocemos. Quien sabe si se hubiera procedido entonces a compartir información con el CNI y los otros Cuerpos de Seguridad sobre las noticias que llegaban del imán, los acontecimientos hubieran tomado otra dirección.

La batalla de Cataluña está perdida de antemano. Rajoy comparece en los telediarios para decir no pocas sandeces que no se cree ni él. La vicepresidenta le hace los coros, y es muy lamentable que no surja una cabeza con un mínimo de sentido común que les haga salir de la perenne inopia en la que viven.

La semilla que en su día cultivó con artera habilidad Puyol, Alavedra, Prenafeta. Mas, Durán Lleida y sus lacayos de entonces, ha dado sus frutos 36 años después. Ha sido un dilatado período donde se ha ido aleccionando a las jóvenes generaciones, se han conculcado las leyes, se han embolsado miles de millones del Erario Público (que es soportado por todos), se ha robado a mansalva y, lo peor: se ha cultivado con afán desmedido un odio hacia España y todo lo español. Y eso se palpa a poco que se viaje por la Cataluña profunda, algo que ni Rajoy ni los suyos han hecho jamás, como tampoco lo hizo Aznar en su momento. Luego vino la desenfrenada etapa de Zapatero y la nave España empezó a cabecear peligrosamente.

Aquel ministro de Zapatero de triste recuerdo, Jesús Caldera, promovió un efecto llamada por el que entraron en España miles y miles de personas sin orden ni concierto ni control. Personas que en su mayoría procedían de países, culturas y religiones que nada tenían que ver con nuestro régimen de vida y costumbres. Aquella Cultura de Civilizaciones que cultivó Zapatero ha supuesto una necedad sin límites que estamos pagando muy caro. Cientos de miles de extranjeros se asentaron en España en el curso de los últimos veinte años y es hoy el día en que muchísimos de ellos viven de la sopa boba y de las ayudas públicas que soportamos el resto de ciudadanos con nuestros impuestos. Ayudas que en muchos casos no les llegan a los que han nacido aquí y son españoles por derecho propio. Esto es lo que se comenta en las calles de la inmensa mayoría de los pueblos de España por los ciudadanos de a pie.

Algo que es políticamente incorrecto, que la derecha asume por vergüenza y esa izquierda cutre y bochornosa que nos asola aplaude en su cortedad de miras. Una izquierda que no tiene nada que ver con aquel PCE de Pasionaria, Carrillo, Sánchez Montero y tantos otros ilustres comunistas, o con el socialismo civilizado que encarnaron en su momento Felipe, Guerra, Maravall, Benegas, Redondo Urbieta, Redondo Terreros, Borbolla y cientos de dirigentes socialistas de grato recuerdo.

Hoy, tenemos enfrente a un individuo como Óscar Puente, alcalde de Valladolid, portavoz del PSOE sanchista, que disparata sin tono ni mesura, tal que hizo hace unos días al equiparar a las hordas asesinas de Maduro con las fuerzas opositoras. Posiblemente, a un individuo de esta ralea le importe un rábano los 149 muertos que se llevan contabilizados en Venezuela en los últimos dos meses y medio a manos de los sicarios de Maduro. Lamentablemente, Puente no está solo: Iglesias, Monedero, Montero, Garzón, Espinar, Rufián, Gabriel, Kichi, Oltra, Armengol, Santisteve, Martiño Noriega, Ribó..... ésta es la oposición que tiene enfrente Rajoy. Indefectiblemente, este navío llamado España corre serio peligro de romper velamen y estrellarse violentamente contra los arrecifes. El próximo 1 de octubre, diga Mariano misa, celebre exequias o esponsales, tendremos la primera muestra del desastre que se avecina.

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