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león en verso luis urdiales
León

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A los niños los sacuden boca abajo al pasar por la puerta de embarque del colegio, hasta que caiga la última moneda de la propina y, así, sepan desde el principio que nada sale de gañote. Este aprendizaje parece la lectura más positiva de un sistema educativo que se anuncia libre y gratuito. Y no. Es un negocio próspero, boyante, según deriva de esa entrada media de 500 euros por tiple a la que deben de hacer frente las familias que envían a los retoños a tratar de hacerse alguien a base de socializarse la edad tierna en un patio de colegio. Pagar por formar, dos veces, tal que bajo la institución incuestionable de la escuela lucieran brillantes los neones de Fama, y las aulas fueran fábricas de mantecadas en vez de hornos que moldean los sueños a medida. Resulta ridículo que haya que pagar más por un manual de historia según los principios del estado autonómico, salpicado de imprecisiones a gusto de la interpretación del autor y el boletín oficial, que por un ejemplar de la Ilíada, aunque sea en edición de bolsillo. La vuelta de tuerca a la doctrina ante la tarima se añade a ese ánimo recaudatorio que supone el circo que tiene que ver con la educación (la que se financia con presupuesto público, esa). La postura de la mesa a 80.000 pesetas, como que papás y las mamás no pagaran impuestos. Del desvío de la estructura educativa se comenzó a sospechar el día que los legisladores —Zapatero también se presta de ejemplo— arquearon las cejas a dos aguas para enviar a sus hijos a colegios privados mientras saturaban los mítines con el cuento de que, con ellos, el presupuesto en política educativa lo iba a petar. Pueden bajar de la nube dos o tres discursos fechados entre 2004 y 2007 como vacunas frente a un ataque de coherencia. Al final, van a hacer de la escuela es una secuela con el baile de una letra, la muerte y la suerte, la miel y la hiel, que comienza el día que los chavalines tienen que pasar por taquilla para llegar a la hilera que emboca a la oficina del Inem. Para hacer bueno el libro de los proverbios, para sembrar arroz, plantar árboles y educar niños, faltan profesores, más profesores, y sobran manuales. No se detendrán ante argumentos razonables que evalúan lo que cuesta una sociedad educada frente a la factura a cuenta de un país de ignorantes. Igual es eso. Que obligan a pasar por el aro para que no se sepa más allá de lo que sabemos todos.