LA LIEBRE
Para septiembre
Casi al fondo del pasillo, septiembre abre la puerta de la trastienda para que entremos a contar los años por cursos. No conozco a nadie que se haya hecho mayor en el mes de enero. Siempre se creció en septiembre, cuando volvemos con el verano que atardece a la espalda, el moreno que nos despelleja los hombros para mudar la piel gastada y las ojeras aún violáceas de acostarnos tarde para probar otras vidas. Venimos de otro tiempo y septiembre se ríe de la soberbia con la que queremos engañar a los relojes sin apuntar una vuelta más. No nos acordábamos ya de que siempre nos queda algo para septiembre.
Atrás se pierde agosto, con los amigos que nos recuerdan quiénes somos a fuerza de inventar las mismas historias comunes y los que aparecen nuevos en el camino para ensancharlo; con las noches inabarcables en las que nos bañamos en las lágrimas de San Lorenzo tirados boca arriba en la huerta sin querer dormir; con las romerías y las verbenas de estribillos machacones; con las bicicletas cuesta abajo sin freno de adelante para poder derrapar y las postillas de las rodillas por cicatrizar. Pero septiembre nos atropella con las responsabilidades que asumimos como castigo por querer crecer cuando lo teníamos todo, cuando éramos guajes que se comían los mañanas porque pensaban que sería otro día más, sin darse cuenta de que se cuenta al revés. Sometidos a esta regla, septiembre nos descubre con los pantalones cuatro dedos por encima de los tobillos, como aquellas tardes en las que nos probaban la ropa para volver a clase después de las vacaciones, aunque nos pasamos los primeros días del mes empeñados en que esa es nuestra talla, mientras remoloneamos unos minutos a la rutina que nos reclama.
De pronto ahí, en el trasiego de las costumbres olvidadas, en el café de primera hora donde Tomás, en la cita para una caña al mediodía con los colegas, en la planificación de los horarios para acompasar la inminente vuelta al cole, en la pachanga de los lunes, en el propósito de salir a correr, en las cenas de tortilla francesa y pescado hervido, en la hora de acostarse pronto para madrugar mañana, septiembre nos desvela. Nos sentimos de repente a gusto, aunque no queramos reconocerlo. Vuelve a empezar el año en curso. Nos hacemos mayores. Es lo que nos queda para septiembre.