TRIBUNA
Libertad de pensamiento
D ecía George Orwell que si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír.
John Stuart Mill, un clásico del liberalismo, escribió Sobre la libertad, donde reflexionaba en relación a la libertad de conciencia, de opinión, de expresión y de acción. Defendía que la libertad del individuo es absoluta en todos los ámbitos en los que su pensamiento, palabra y obra no perjudiquen a otros. Ni las leyes del Estado, ni el juicio moral de la generalidad, ni las ideas de moda, pueden limitar la libertad de un ser humano. Cada persona debe tener el derecho a cometer sus propios errores, en especial cuando es bastante evidente que las personas pueden aprender de sus equivocaciones y, probablemente, sea de lo que más aprendan.
La acción moral no sirve de nada si viene impuesta por el Estado o por la sociedad, al contrario, la acción moral debe basarse en experiencias personales y en conclusiones individuales. Nadie puede impedir a otro que defienda la homosexualidad, que tenga dudas si el aborto es o no un asesinato, que piense que existe o no el cambio climático o si la emigración debe tener más o menos regulación. Valoro la libertad de expresión, pero esta no sirve para nada si no sabemos pensar y forjar opiniones propias, si no somos intelectualmente libres.
La filosofía política liberal defendía, ya desde sus inicios, que nadie puede ser obligado a plegarse al dictado de la mayoría (Tocqueville, Locke…). Una sociedad precisa de voces discrepantes e, incluso, excéntricas, como lo fueron las de Darwin, Galileo… No hay ningún motivo para reprimir las ideas y los juicios de aquellos que piensan de manera diferente; en primer lugar, porque pueden tener razón; en segundo lugar, porque pueden estar equivocados y así ratificar el parecer correcto; y, en tercer lugar, porque puede que su opinión no sea ni verdadera ni falsa, y los errores solo pueden corregirse en la confrontación continua de criterios.
Dos enemigos de esta libertad de pensamiento en nuestros días es el pensamiento único y el pensamiento políticamente correcto, que son lo contrario al atrévete a pensar y con su proliferación podemos deducir que si todos piensan igual es que ninguno está pensando. En la actualidad empieza a ser perentorio ser disidente de estos dos conceptos porque hay un ambiente irrespirable de nula tolerancia, de aspavientos y rechazos viscerales, de falta de moderación, de ausencia de tertulias serenas y respetuosas, de consignas más que ideas y de la invasión de la filosofía del perogrullo. Es práctica común en nuestro país que si alguien expone algo que contradiga el pensamiento único es inmediatamente acusado de segundas intenciones nauseabundas.
Ya Marcuse no se refirió directamente a un pensamiento único, pero describió un concepto similar que él denominó pensamiento unidimensiona l , donde propugna que este tipo de pensamiento deriva en el cierre del universo del discurso impuesto por la clase política dominante y los medios de información de masas y, hoy en día, yo añadiría de las propias masas. El discurso se puebla así de hipótesis que se autovalidan y que, repetidas incesante y monopolísticamente, se tornan en definiciones hipnóticas o dictados. El pensamiento único es, por tanto, un pensamiento unidimensional.
Lo políticamente correcto fue un término utilizado para describir lenguaje, ideas, políticas o comportamientos que buscan minimizar las ofensas a grupos étnicos, culturales o religiosos, y se usa también para describir aquello que podría causar ofensa o ser rechazado por la ortodoxia política o cultural de un determinado grupo.
Los antecedentes del lenguaje políticamente correcto están en la hipótesis de Sapir-Whorf según la cual el lenguaje actúa como creador de realidades y no solo como herramienta descriptiva. Por tanto, se convertía en una herramienta de exclusión social de minorías en manos de los poderosos, ya que estos controlan los medios de comunicación a través de los cuales se difunde la información. Por tanto, consideraban que si se llegaban a modificar los términos clásicos llenos de connotaciones, se podría llegar a cambiar las ideas preconcebidas y así conseguir una mayor integración de los grupos con poco poder social.
Hasta aquí las bondades del lenguaje políticamente correcto, pero mi desconfianza coincide con quienes lo empiezan a visualizar con un significado peyorativo expresando preocupación porque el discurso público, o los ámbitos académicos puedan estar dominados por puntos de vista excesivamente acríticos con determinados postulados. Continuamente leemos quejas resignadas de escritores o columnistas donde declaran su autocensura al escribir por estar demasiado pendientes del qué dirán y al ser cada vez más conscientes que escriben con miedo, nunca un camino ha llevado tan claramente a un empobrecimiento moral tan dramático de la sociedad. Es conveniente no anular o cambiar nuestra opinión personal porque pueda apartarse de lo políticamente correcto, porque ni siquiera las mayorías pueden prescribir obligatoriamente qué opinión es la ortodoxa y cuál no lo es.
La regla de Romer propugna que las innovaciones que se introducen en un sistema de cualquier tipo pueden jugar un papel primordial para cambiar dicho sistema. Declaro mi adhesión al pensamiento reformista, solo con las reformas continuas en cualquier ámbito, incluido el del pensamiento, se garantiza el avance de la sociedad en todos los órdenes. Declaro mi rechazo a las adhesiones con furia de mucha gente a los tópicos populistas, progresistas o reaccionarios.
Me declaro aguafiestas de lo políticamente correcto, independiente de cualquier pensamiento único, tópico y manido. Detesto el linchamiento que se hace de los que no piensan como la mayoría, rechazo las difamaciones a los pensadores moderados y equidistantes, declaro mi odio a las trincheras ideológicas y a los sectarios y mi desprecio intelectual a los aficionados a inquisidores de nuestro tiempo. Declaro mi derecho a pensar libremente, y apartarme sin estigmatizaciones sociales del pensamiento único y de lo políticamente correcto. Y declaro mi derecho a decirle a usted lo que no quiere oír.