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Publicado por
ernesto escapa
León

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Desde el Hito de la memoria de Cantarranas, en el acceso a Benllera y Carrocera, donde una potente escultura en mármol de Amancio González invita a honrar los nombres de los paseados en la comarca, se atisba sin esfuerzo Lagarteros, donde el orondo coronel Aranda emplazó la artillería de su observatorio hace justamente ahora ochenta años. La encomienda de la remonta de los picos que respaldan este rincón de Luna recayó en Gistau, el abuelo del columnista. Para saber por dónde podían atacar la montaña, tomaron como rehenes a varios paisanos de Carrocera y llevaron de guía a Leopoldo, el cartero. Antes y después de este desembarco, tuvo lugar la represión que sembró de cadáveres los caminos.

A diferencia de este septiembre seco y chamuscado, hace ochenta años los pueblos de este rincón de Luna oyeron las campanas de san Cipriano azotadas por un fuerte temporal de lluvia y cirria, mientras la morisma afrontaba las pindias y arriscadas pendientes hacia las peñas, antesala de su toma de Gordón, cobijo todavía de algunos residuos cismontanos del Consejo General de Asturias y León, que imprimía los Belarminos de curso legal. La crónica en este diario del insigne cura Lama devalúa el control de los diez pueblos del piedemonte ante el logro de Fontañán y los Amargones, repisa de su salto a La Pola de Gordón. «Lo importante son las cumbres peladas y arrogantes, en las que los marxistas se consideraban invencibles. Y en todas ellas ondea ya, triunfal y libertadora, la bandera rojigualda».

Fontañán es la Fonfría de la novela Ayer no más de Trapiello, un pico migado por los bombardeos nazis de aquel verano. Una cosa es decirlo y otra verlo. Ahora es fácil llegar allí por el arroyo de Olleros o por la pista de la cantera de Sorribos. Se aprecian las fortificaciones, el nido de ametralladoras y la peña demolida por los aviones. Abajo, al pie de la collada y en la umbría de la curva Estariega, esconde sus flores otro lugar de la memoria. Luego y durante años, en aquellos pueblos no se nombraba Fontañán, por el miedo a ser oído; se decía Entrepicos para referirse a aquella muela cimera.

A los capturados en esta maniobra les esperaba en León la ferocidad del comandante Adolfo Fernández Navas, que arrastraba desde 1934 la amputación de una pierna en la peña de la Siza, entre Carrocera y Olleros. Navas protagonizó los juicios más severos de la represión, especialmente con los acusados que procedían de estos pueblos donde tuvo lugar su mutilación. Gamoneda recuerda en sus memorias cómo el dolor del muñón multiplicaba las penas de muerte. Ya en la posguerra, superó con suerte dos atentados del maquis en su casa de Puerta Castillo: una ráfaga de ametralladora en el portal y una bomba arrojada por el balcón.