TRIBUNA
La Generación (jurista) de 1978
S e conoce por generación de personas o de grupos, el conjunto de miembros de un colectivo, de una época o de una historia que son afines por su semejanza de ideología, por su similar producción literaria, por seguir una escuela de pensamiento, por su orientación política en una etapa; en fin, por identificarse con una hecho de la misma o de aproximada naturaleza.
La Generación del 98 es conocida por su interés de los acontecimientos de la crisis política de la España de finales del XIX. Son una serie de ensayistas (Ortega y Gasset), profesores (Unamuno), novelistas (Pío Baroja) y otros que se preocupaban del devenir de la patria. Tan preocupados se sentían de la circunstancia española de la época que hacía exclamar a Ortega: «Dios mío ¿qué es España?». Una generación de hipercríticos con la España de aquellos años, una preocupación por lo tradicional y lo nuevo.
La llamada Generación del 27, la componían —denominado por otros «grupo del 27» (Gaos)— una serie de poetas y literatos, muy preocupados por la convivencia española, reflejada en los versos de Dámaso Alonso: «Hermanos, los que estáis en lejanía /tras la aguas inmensas, los cercanos/de mi España natal, todos hermanos».
O los más conocidos de Machado: «una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón» Más tarde existe la denominada «preocupación social» en la novela (Aldecoa, Matute) o en la poesía (Celaya) sin olvidar a Blas de Otero (¡León de noche, capitel sonoro!), y la gran Revista de Poesía y Crítica leonesa Espadaña .
Como vemos el concepto de ‘generación’ se imbrica entre lo poético, el ensayo, la novela, etc.; todos estos estilos se unen en un concepto de la ideología de la preocupación social o política.
Y avanzando en el tiempo, se observa una promoción de españoles que pasaba —o en ella— de la tecnocracia del franquismo, se preocupan del devenir y del futuro de España.
Es lo que se ha llamado la Generación del 78 (Díaz–Ambrona) y que algunos habíamos bautizado como la «izquierda del Régimen». Y citamos este ciclo de la vida social y política de España, porque algunos políticos de la nueva izquierda radical han dudado de la pericia e intelectualidad de aquella generación de la transición. Dudan de la propia Transición. Critican desde el mundo de hoy la actuación y los momentos de hace 40 años.
Es evidente —y cualquier observador con raciocinio debe saberlo— que un hecho histórico no se puede mirar con ojos actuales sino con la visión del momento en que se ha producido. Estos políticos que en aquellos años ni siquiera habían nacido, no se han dignado en estudiar las peripecias y concesiones que se tuvieron que seguir hasta la redacción de la Constitución actual.
Se ha de saber que los políticos de la Generación del 78, habían pasado por la universidad y estaban colmados de leer las revistas de gran calado intelectual y político, a saber: Cuadernos para el Dialogo, Índice, Ínsula, El Ciervo , etc. Incluso las publicaciones — en París— de Ruedo Ibérico y su Revista de Ruedo Ibérico . (La colección completa desde el número cero se encuentra en la Facultad de Derecho de San Sebastián, por si se quiere consultar).
Esta generación de todo tipo de ideología fue la que supo iniciar y producir lo que tuvo un éxito social, cual fue la transición. Y no fueron «engañados», como se ha dicho, sino que acertaron en lo que se ha llamado ruptura pactada (Elías Díaz) entre las denominadas líneas reformistas y líneas radicales. Para los escépticos sobre aquella etapa recomiendo el libro de Editorial Sistema —nada sospechosa de no ser veraz— La Transición Democrática Española en donde se refleja con rigor el acontecer de las deliberaciones y posiciones de todo el arco político de aquellos años.
Fueron importantes la Ley de Huelga (aún vigente), la Ley de Amnistía; y un consenso significativo como fueron los Pactos de La Moncloa para, a continuación, ofrecer al pueblo español la Constitución de 1978, que fue votada con el sí por el 88,4% de los españoles (y el 91.25 % de los catalanes).
Una ley de leyes no puede cambiarse a cada paso generacional. Es bien cierto que pudieran modificarse algunas de las decisiones de entonces, pero no es posible que por el deseo —o la deslealtad— de algún político estemos los españoles sometidos al vaivén de los caprichos de la política. Se quiere cambiar para acoger la decisión de ruptura de una parte de España.
Hay que pensar —con la mente puesta en 1978— que el Título VIII de la CE, el de las Autonomías, se pensó para dar cabida a las aspiraciones nacionalistas del País Vasco y Cataluña. Pero en el momento que en el artículo 143 CE se dijo que otros territorios «podrán acceder a su autogobierno», ya se produjo una especie de envidia —e infidelidad— de las denominadas —¿por qué?— comunidades históricas. Porque hay que saber que los nacionalismos, desean ser excluyentes, esto es, solo ellos y no los otros; por eso al acceder el resto de los territorios a sus respectivas autonomías se produce esa desazón de no ser distintos y se pide y reivindica la particularidad.
Lo hecho por la Generación del 78 es único en la historia de la concordia de España. Para que se sepa con claridad todo lo creado, fue aceptado al unísono por las distintas fuerzas políticas, desde el PCE a AP, pasando por UCD, CDC, etc.
Hay un libro extraordinario —nada sospechoso de no ser imparcial— que es el que he mencionado editado por ‘Sistema’ sobre la Transición en el que Elías Díaz resume que «nuestra generación (…) tal como éramos en 1956, jóvenes estudiantes, en 1968 jóvenes profesores, saldría un tiempo que fuimos llamando de transición».
Al cumplirse el décimo aniversario de la Constitución el jurista y político francés Maurice Duverger, ya fallecido, decía que «No hace falta introducir modificaciones en la composición de un equipo ganador. No es preciso, en consecuencia, revisar una Constitución que funciona» (El País 6-12-1988).
Una generación de buenos juristas, lograron sin conflicto alguno, desmontar la estructura sindical y administrativa del Estado. El sindicato pasó a llamarse Administración Institucional de Servicios Socioprofesionales (AISS) y su patrimonio pasó a los nuevos sindicatos o al Ministerio de Trabajo; el patrimonio y la burocracia del Movimiento a la Administración del Estado sin ningún trauma humano o patrimonial; las Mutualidades a la Seguridad Social. Y así desde una pacífica sucesión se hace la transición.
Ahora por lo visto dicen que no fue tan buena y los políticos (algunos) desean volver a cambiar lo hecho con perfección. Es claro que el pueblo no está a merced de la ideología personal o atávica, sino que debe elevar a la intelectualidad —si se tiene— el devenir de las apetencias de sus necesidades. Eso es lo que hizo la generación jurista de 1978.