Llegan «observadores»
C ataluña nos roba el 75% de los antidisturbios que tenemos en el conjunto de España. Se han tenido que ir porque esperan acontecimientos que ojalá que no sean luctuosos.
«Hálleme prevenido y no asustado», recomendó Quevedo a los españoles de su época, pero ahora no sabemos quiénes son porque las patrias, chicas o grandes, no se están quietas.
Los independentistas tienen prisa y quedan pocas fechas. ¡A vivir, que son cinco días! Los que sí sabemos en qué patria hay que quedarse estamos desconcertados.
Incluso Felipe González, que lo hizo muy bien mientras creía en él mismo, dice que la situación catalana es la que más le preocupa en los últimos cuarenta años que llevamos viviendo en esta democracia.
Los analistas de JP Morgan han advertido a sus clientes que vendan deuda española y completen su cartera con bonos adquiridos de Portugal y Alemania.
Si no la entendemos mal nos ha dicho que hay que estar locos para invertir en España en vísperas de su desguace. El dinero es un prófugo, pero siempre encuentra cobijo porque alguien está dispuesto a acogerlo cuando otro lo echa de su casa.
La mejor disculpa para no contestar a las cartas electorales sigue siendo no haber recibido ninguna. La verdad es que no son de recibo.
Lo único que pueden observar los llamados «observadores» es que la negociación es muy difícil, aunque Trump y los líderes europeos apoyen a la España constitucional.
A falta de un Ministerio de Asuntos Exteriores, la Generalitat, para prever los efectos de la separación, confía en el DiploCat y su eficacia en los foros de debate internacional.
De momento, la Generalitat catalana corre con los gastos de los catorce expertos internacionales que van a dictaminar qué puede hacerse cuando el Gobierno de España no hace lo que debe hacer. La solución no es fácil porque no hay soluciones que no exijan mártires.
Las multas disuasorias de hasta 10.000 euros no han solucionado nada hasta el momento. Habrá que esperar a que hablen lo que llaman «observadores».