TRIBUNA
Nunca llueve a gusto de todos
L a actual deriva independentista catalana parece, por todos los indicios que acabará, como se suele decir, como el rosario de la aurora, ante la cerrazón de unos y otros. Los partidos catalanes independentistas, con la CUP a la cabeza, seguido de Esquerra y con la complacencia y beneplácito de la extinta Convergencia, no parecen tener otro norte que la declaración de independencia. Por su parte, el Gobierno del PP no parece tener cintura para sentarse a dialogar. Es de reconocer que sentarse a dialogar con quien sólo plantea independencia sí o sí resulta complicado. Lo que resulta claro, es que el Estado y el conjunto de la nación no van a permitir una declaración de independencia más allá de declaraciones fatuas para consumo interno. Esto me recuerda un ‘dejá vu’ con lo ocurrido en la Segunda República en el año 1934 donde, sin sospechas de extremismo postfranquista, imposible vuelco temporal, suspendió la autonomía catalana por pretender lo mismo que ahora, la independencia del Estado español. Resulta triste y lamentable que en una democracia constitucional como la que tenemos se llegue a pretender una ruptura que desde todo punto no beneficia al final a nadie.
Observando desde fuera, me da la impresión que la tímida actuación del Gobierno, que tendría sobrados argumentos para aplicar el artículo 155 de nuestra Constitución desde hace algún tiempo, no lo ha hecho por la confusa y poco contundente actitud del PSOE que parece querer contentar a todos y tiene un «síndrome Podemos» que le impide alinearse con firmeza con el resto de partidos constitucionalistas.
Mucho me gustaría que la solución fuera el diálogo pero ni unos ni otros están por la labor. La solución de permitir un referéndum sólo en Cataluña choca frontalmente con el concepto de la unidad nacional y los partidos independentistas no permitirían un referéndum en todo el Estado para decidir sobre la unidad de la nación. Y esa pretensión de referéndum de una parte para proponer una secesión que es propuesta ladinamente como un derecho a decidir supone entrar a otras diatribas irresolubles ¿y si el valle de Arán quiere un referéndum para su independencia de Cataluña? ¿y si un Ayuntamiento vota pero por su propia independencia de Cataluña o por seguir perteneciendo a España? ¿Permitirían estos que se rasgan las vestiduras con el derecho a decidir que se decidiese por encima de la propia unidad de Cataluña? La tímida propuesta federalista de PSOE, y que es del agrado de Podemos, tampoco parece ser la solución. El modelo americano no parece exportable porque en Estados Unidos nadie cuestiona la unidad nacional y la bandera. El himno y la nación son incuestionables y aquí partiríamos de los deseos de ruptura, falta de consenso en cuanto a los signos referenciales de un Estado que sólo provocaría a corto plazo auténticos guetos y a medio plazo un nuevo movimiento secesionista. Un estado federal sin mimbres de unidad acabaría mal.
Y en todo esto, aquí estamos los leoneses, y más concretamente los leonesistas, a los que con cierta mirada de maldad se nos pregunta algunas veces sobre nuestra opinión sobre el proceso catalán como si nuestras propuestas tuvieran algo que ver con la actual situación catalana o deseáramos un escenario similar. Nada más lejos de nuestra intención que no va más allá del reconocimiento de la Región Leonesa, de sus derechos históricos, y la consecución de una autonomía que se nos ha negado desde la constitución del estado de las autonomías, y si se llegase a un proceso federal ser un estado más dentro de la unidad del estado español porque no puede entenderse España sin León ni León sin España. Unos tienen su autonomía y quieren más y otros todavía clamando por nuestros derechos a regir nuestro futuro sin el yugo castellano. Muchos leonesistas no pedimos un referéndum para que se reconozca nuestro derecho a ser autonomía porque para entrar en esta nefasta Comunidad nadie nos consultó, por lo que para salir tampoco. Reconocer nuestros derechos históricos, nuestra cultura, nuestra especial idiosincrasia y nuestra identidad no precisa de un referéndum, solo de una voluntad política de acabar con una injusticia histórica. Nunca llueve a gusto de todos y menos en política.