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Publicado por
LA GAVETA CÉSAR GAVELA
León

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S ucedió que Cataluña descubrió la provincia de León del modo más inesperado. De repente los catalanes empezaron a comentar por bares y plazas, por playas y avenidas, por paseos y catedrales las injusticias que padecían los leoneses. Aquellas gentes remotas que vivían en un punto interior del Noroeste, casi invisible desde el pirulí de Barcelona. Y desde la gigantesca vulva pétrea del anfiteatro de Tarragona.

Llegó un momento en el que no se hablaba de otra cosa en la Seu d’Urgell que de la catastrófica trayectoria de la Ponferradina, el club que un día triste de junio de 2016 se hundió en el cieno del descenso para que su rival aquella tarde, el Girona, triunfara en sus objetivos identitarios. Y ahora los catalanes ríen en primera división. Y los bercianos lloran en Coruxo.

En el sueño, las banderas del Bierzo poblaban las ciudades, villas y aldeas catalanas. Siempre entrelazadas con las enseñas de Puigdemont. Incluso se vieron banderas del Bierzo esteladas, con el triángulo de color rojo rodeando la estrella comunista. Pero también el pendón de León enarbolaba por todas partes, incluso en los barrios más extremistas y enajenados. Una mujer muy vistosa de Manresa salió al balcón con un bikini que tenía los colores del pendón de León en el sujetador y los de la senyera en la braga. Otra mujer muy delgada y radical, como una monja secesionista, afirmaba que Zamora era el Rosellón de León y que tenía que ser incorporada a la provincia leonesa que, así, sería la más grande de Iberia, derrotando a Badajoz y sus fandangos. Esta mujer estaba enojadísima, y se parecía bastante a Carme Forcadell.

El conseller Rull envió una carta muy severa al presidente de la Junta de Castilla y León pidiendo el derecho a decidir en la provincia, y el conseller Turull la ratificó. Diversos clérigos independentistas de las tierras raigales de Olot y Manlleu, de Vic y de Solsona, rezaron por León en sus misas y, al final de las celebraciones, cantaron, en catalán, «la jota de Bembibre». Pero la cantaron con mucho respeto y lentitud, con compás de música gregoriana.

Fue todo muy emotivo, extraordinario, aunque con un punto de melancolía. Porque los siete millones y medio de catalanes, tanto los que quieren irse como los que no, siguieron sin saber muchas cosas de León. De su corazón romano, de haber sido la capital de un reino medieval del que nacieron Portugal y España, de ser la patria del parlamentarismo, del alto nivel educativo de sus habitantes desde hace más de 150 años, de ser la cuna de San Fernando y de la Pícara Justina, que todo es compatible, de ser la tierra de Astorga y de ser una provincia-región grande, verde, llena de ríos y montañas, de llanuras feraces y de olvidos que un excelente grupo de escritores ha convertido en una de las páginas más hermosas de nuestra literatura. La que compartimos con 580 millones de habitantes.