Diario de León
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EL CORRO PEDRO VICENTE
León

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N unca imaginó Groucho Marx hasta qué extremo iban a seguir vigentes muchas de sus célebres frases. Aquella según la cual «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados» (sic) viene que ni pintada para explicar el vértigo al que está asomada Cataluña y con ella el conjunto de España.

De acuerdo con los sondeos del CIS, hace tan sólo unos meses el problema catalán apenas preocupaba a un porcentaje ínfimo de españoles. Y de repente, tras el agitado 1 de octubre y los acontecimientos desencadenados la pasada semana, no necesiamos que ningún gurú demoscópico nos cuente que la eventual declaración unilateral de independencia con la que amenaza Puigdemont tiene en vilo a todo el país.

Nadie supo prever que la deriva soberanista conduciría a la huida hacia adelante que nos ha traído hasta aquí. Pero así ha sido. Se hablaba de choque de trenes, pero se confiaba que el proverbial «seny» del otrora catalanismo convergente detuviera en un momento dado el convoy secesionista. Pero no ha sido así y ha seguido avanzando de forma desbocada.

Rajoy no conduce ningún tren en contra. Se ha limitado a acumular obstáculos en la vía en la confianza de que el secesionismo descarrile por sí mismo. Y lo hará si Puigdemont no echa el freno esta misma tarde. Si mantiene su escapada, Rajoy, tras el emplazamiento de la Corona, no puede prolongar su dontacredismo, y no tendrá más remedio que aplicar el 155, máxime tras la manifestación del pasado domingo y el roto electoral provocado por un Albert Rivera situado sin complejos a la derecha del PP.

El PSOE de Pedro Sánchez cruza los dedos a la espera de que la cascada de fugas iniciada por Caixabank y el Sabadell, que no vieron las orejas al lobo hasta que comenzaron a desplomarse en las Bolsa, haga recapacitar a Puigdemont. Sánchez sortea como puede la sima que separa a los socialistas catalanes y a la vieja guardia con la que sintoniza un susanismo que sin duda se está mordiendo la lengua.

Aún en su registro más suave, la aplicación del 155 producirá un trauma político y social de consecuencias imprevisibles que a la larga seguramente conseguirán agravar el conflicto. Lo sensato sería evitarlo a toda costa, lo cual a fecha de hoy está exclusivamente en manos de Puigdemont. Salvo que apueste al «cuanto peor mejor», está a tiempo de detener su escapada, convocar elecciones anticipadas que permitan verificar el respaldo ciudadano de cada cual en las urnas y abordar desde otro ánimo y con serenidad el encaje de Cataluña en la España de 2017. La pelota está en su tejado. En cuestión de horas comenzaremos a salir de dudas.

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