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Ponferrada

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Era el mes de enero de 2015 y alguien subía este enigmático mensaje a Twitter que dejaba intrigados a muchos usuarios. «Me encuentro en el campo de prisioneros de guerra de Trier, en Alemania. Somos unos 700 españoles. Los nazis nos mantienen separados del resto».

Parecía una voz del pasado. Un eco que llegaba hasta nosotros a través de un agujero en el tiempo. «La mayoría combatimos en España para defender la República de la sublevación fascista. Yo era carabinero. Tras la derrota cruzamos a Francia», fue el segundo tuit. Y la cadena continuó. En Francia, una nación que creían amiga, «nos encerraron en campos de concentración. Eran recintos sin barracas, sin retretes, sin apenas agua ni comida. Yo estuve en Vernet, Mazères y Septfonds». Era la voz de Antonio Hernández Marín, que tras la derrota francesa ante los nazis, malviviría cuatro años y medio en Mauthausen, por donde pasaron nueve mil trescientos españoles. Cinco mil quinientos murieron.

Durante cinco meses la cuenta @deportado4443 siguió el hilo de la vida de Antonio Hernández —y el de su amigo Antonio Cebrián, que estuvo en Gusen— desde aquel mes de enero de 1941 hasta la liberación de Mauthausen en 1945. El último tuit de Hernández decía algo sobrecogedor: «Tengo la sensación de que, sea cual sea mi futuro, nunca abandonaré del todo este maldito campo. Siempre seré un prisionero de Mauthausen».

Detrás de la voz de Antonio Hernández, al que seguían casi cincuenta mil usuarios, estaba el periodista Carlos Hernández de Miguel, que convirtió a su tío deportado en portavoz de todos los españoles que murieron y sobrevivieron al exterminio nazi. Españoles olvidados por Franco, olvidados por la Transición.

Carlos Hernández presentó el miércoles en Ponferrada el libro que reúne todos los tuis ilustrados por el dibujante Ionnaes Ensis y contaba que muchos de aquellos españoles sufrieron durante toda su vida pesadillas con los guardias de las SS, con los barracones, con la terrible escalera de la cantera de Mauthaussen. «El salto del paracaidista», le llamaban los nazis al espeluznante juego de tirar prisioneros desde el último escalón. Y ese es el agujero negro que de vez en cuando se abre, como un eco del pasado.