Diario de León
Publicado por
LA GAVETA CÉSAR GAVELA
León

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L os leoneses podemos ser bercianos, maragatos, cabreireses, de la capital, del Esla, etcétera. Y como cualquier español, podemos matizar aún más esa carrera identitaria. Por ejemplo, los bercianos pueden ser fornelos, ancareses, ponferradinos, del Valcarce… La escalera hacia abajo es infinita. Ahora bien, por ahí no se va muy lejos, aparte de que sea admirable que cada leonés ame a su terruño. Menos aún si chocamos con un envite brutal. Como sucede ahora, cuando el país se enfrenta a la acción totalitaria de una cuadrilla de políticos delincuentes, que quieren romper la nación desde la mentira, el odio y la deslealtad. Y es ahora, bajo esa amenaza insólita y ladina, cuando nos sentimos esencialmente españoles. Es lo que nos pasa a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y es un sentimiento, en parte, nuevo. Curiosamente. Porque 40 años de autonomías y de democracia, de libertades y de un formidable estado social, no han logrado aún crear un afecto desacomplejado y natural por la España democrática. El amor ha ido, sobre todo, para las regiones, las provincias, los pueblos. Pero no para el eje de nuestra identidad moderna, ajena, por otra parte, a cualquier disparate excluyente. Somos españoles, no queremos ser nacionalistas españoles. Somos europeos, y nuestro modo de serlo es ser españoles. Vengamos de la comarca o de la autonomía que vengamos.

Los leoneses formamos parte de una realidad nacional que dura más de quinientos años, y que no va a ser liquidada por una banda de malhechores. Ni por su grey fanática, triplicada en el último lustro gracias a la crisis económica, entre cuyas víctimas reclutó sus nuevos acólitos la osadía secesionista. La inmensa mayoría de los españoles somos y nos sentimos españoles. Decimos con alegría la palabra España. No la decimos contra nadie, la decimos para integrar a todos. Para intentarlo, al menos. Y con la seguridad de saber que quien pretenda destruir este país y su democracia, será derrotado. Por la ley, la razón, la historia y la verdad.

Ha tenido que estallar una crisis atroz, nada menos que un golpe de estado, para que redescubramos, con naturalidad y cariño, que el corazón de nuestra convivencia es la Constitución —esa ley que los populistas odian, tanto los de la secesión como los de la extrema izquierda—. Que la Constitución es la libertad, la justicia, la razón y la esperanza. Y que los leoneses estamos con esa ley que protege, reconoce y fecunda. Y que solo podrá ser reformada, como seguramente es ya necesario, si la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país así lo votamos, en referéndum. El camino es claro; la noche está en la fiereza identitaria. En ese siglo XIX que ha vuelto a Cataluña, disfrazado de risas y de presunta modernidad. Pero que solo es la triste y fiera expresión de la España más oscurantista y rencorosa. En León estamos con la luz. Con la libertad.

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