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León

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García creó un espacio infinito de periodismo para las madrugadas, en el resquicio que quedaba entre la oreja y las almohadas de los españoles, en ese confín de la privacidad que sólo existe en las alcobas y en la luz de cruce de carreteras remotas. Espacio eterno, ahora que García está de vuelta, más allá del filo de la medianoche, con tiempo de por medio y reposo desde aquella época que marcó la radio como timón del país. Ese titán regresa a León esta semana, a la misma ciudad que frecuentaba en los abriles, envuelto en un anorak rojo con los cascos de ruleta calados, en riguroso directo, casi siempre para contar y cantar una galopada de ciclistas desde el Pajares o relatar una fuga abanicada por el viento procedente del llano castellano. No se dejen distraer por los tópicos, que este hombre tiene el poso que distingue a los maestros, a los pioneros, a los que jamás tendrán que lamentar que no lo intentaron. De cerca, no oculta la cicatriz que le cruza el rostro, fruto de las batallas que libró contra el imperio del monopolio, al que combatió a golpe de audiencias, hasta que el EGM colmó el vaso de la paciencia del poder, y Felipe llamó a Polanco, o viceversa, y los huérfanos de Antena Tres de Radio se vieron obligados a peregrinar por el destierro del dial. García fue una puerta para acercarse al primer emoticono de la veracidad, ese círculo que emerge al contraluz de la pecera mientras el pulgar y el índice sellan una alianza a golpe de enfásis. Luego, una cascada de vivencias que se deben tomar en cuenta para saber qué hay de certidumbre en esta ciénaga que atolla al oficio. Que al periodista que no bese la mano le espera el cobijo de un puente; que la falta de independencia conduce a arrimarse en los árboles. Que pellizca o no es periodismo. Mejor colgado que olvidado, confesó ya hace 23 años a este periódico, con la futilidad de quien deja caer un titular pasajero y lo que hace es regalar un tutorial de conducta, un modelo para sobrevivir en la selva. José María García regresa esta semana a León; con la clarividencia y la fortaleza que mostraba cuando se desenvolvía con tres programas a diario; el suyo y los otros dos que sólo se basaban en replicar la Hora Cero. Hoy, que los cantamañanas campan a sus anchas; desde que bajó el tono de la voz de pito que le afeó Bernabéu duermen a pierna suelta los lametraserillos; los abrazafarolas.

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