SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS ?ARTURO PEREIRA?
Caminando por el valle de las sombras
M ax Weber afirmó que la religión puritana con su apego al trabajo y consiguiente generación de riqueza fue la causante de la secularización de Occidente. Tal afirmación, que no deja de tener atisbos de verdad, pudiera parecer demasiado contundente. Pero lo cierto es que la secularización se ha instalado en nuestras sociedades y parece que para quedarse durante mucho tiempo. Secularización interpretada por muchos como un elemento de modernidad y progreso, por otros, como una penitencia o desgracia fruto de un mundo que gira a muchas revoluciones pero que no se sabe bien su dirección.
La sociedad occidental ha estado determinada por el cristianismo. Nuestra forma de pensar, de sentir, de valorar nuestras vidas tienen, lo aceptemos o no, un origen netamente cristiano. Son dos mil años de fe marcando las pautas de comportamiento de toda una civilización que tiene sus luces y sus sombras, como todo obrar humano.
Ahora pretendemos romper con este pasado. Weber consideraba que la riqueza era incompatible con la fe. En otras palabras, la fe es cosa de pobres. Siguiendo este argumento y teniendo en cuenta que, en general, Occidente es rico en bienes materiales, no hay lugar para la fe entre nosotros.
Además de esta teoría del sociólogo alemán debemos tener en cuenta que Occidente ha realizado denodados esfuerzos por secularizarse. Tras la Segunda Guerra Mundial, las doctrinas científicas y ateas han pugnado por imponerse arrinconando a la Iglesia cristiana. Junto a ello, se debe tener en consideración que muchos de los movimientos sociales de postguerra fueron manifiestamente hostiles a la religiosidad hasta entonces imperante.
El denominador común de este fenómeno de secularización puede situarse en el modelo económico que soporta las ideologías que rigen el gobierno social. El neoliberalismo radical, que tiene como único objetivo la obtención de beneficio, es diametralmente opuesto a las religiones que podríamos denominar como de fraternidad y salvación.
Son incompatibles los fines de las religiones como la cristiana que pretende la salvación de las personas mediante su renuncia a un mundo de sufrimiento y generando la fraternidad entre los seres humanos, con un capitalismo salvaje. Para el capitalismo radical no hay lugar para la fraternidad entre las personas porque las relaciones económicas se basan en el producto y no en los seres humanos. No es que persiga deliberadamente la desgracia de los seres humanos, pero esta es una consecuencia de la falta de espiritualidad de unas ideologías a las que lo único que interesa son las relaciones de mercado.
Dicho lo anterior, es muy difícil el mantenimiento de una ética alejada del sentimiento religioso. La ética que podríamos denominar laica, que intenta prescindir de su inspiración religiosa, se ve determinada o al menos influida por la racionalización y normativización de las relaciones económicas.
Una ética carente de sentido de trascendencia, es una ética coja, no pasa de tener una base materialista y limitada a la realidad social más inmediata. No es capaz de dar respuesta a las necesidades de interrogación que el ser humano por naturaleza ejercita. Estas preguntas son las que se refieren a las cuestiones claves de la vida de las personas, ¿por qué vivir? ¿por qué morir? Una ética laica no sabe dar una alternativa al hecho de la muerte y la angustia de su inevitable suceso. Todo ello genera desorientación y desasosiego que también se han instalado en nuestra sociedad.
Secularización no es sinónimo de progreso, ni de mayor libertad, como tampoco religión lo es de de lo contrario. Hoy la religión se vive con la garantía del convencimiento personal. Ya no hay estados religiosos que pudieran haber hecho un mal uso de sus poderes frente a la libertad individual, sombras de nuestro pasado. Hoy más que nunca, la religión es sinónimo libertad y fraternidad sentida y vivida sinceramente. El mundo necesita más que nunca la guía de la religión.