¡Qué gran error!

En las últimas horas previas a la aprobación por el Senado de la aplicación del artículo 155, Puigdemont estuvo dudando entre la salida sensata, convocar elecciones, o tirarse al abismo, esto es, permitir que el Parlament lanzara de mala manera la declaración unilateral de independencia, lo que —entre otras consecuencias— cargaría de razón a los constitucionalistas que habían arbitrado unas medidas excepcionales para poner coto a la flagrante desviación de la legalidad que se había producido en los últimos meses por parte de las instituciones autonómicas catalanas. Pero Puigdemont se encastilló en una serie de exigencias al Estado que el Estado no podía otorgar, y finalmente eligió la opción equivocada: la DUI en lugar de las elecciones. Fue un error histórico, que no sólo representó el final político del personaje sino el descrédito del soberanismo, que perseguirá a esta opción durante mucho tiempo. Cataluña no ha perdido su autonomía, pero sí todas las posibilidades de que se le reconozca constitucionalmente cualquier singularidad que no se negocie en del marco multilateral del Estado de las autonomías.