Diario de León

Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán De la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
León

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M e refiero a los curas que han publicado un manifiesto a favor de la autodeterminación de Cataluña o por lo menos para que se autorizase el referéndum del 1 de octubre. Estos curas —con sus correspondientes obispos a la cabeza, «en sintonía», dicen— van en contra del Evangelio, pues Jesús no dio a elegir entre el César y Dios, sino que bien preciso lo dijo, «dad el César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Con gran claridad no mezcléis lo profano con lo divino. Pero los curas catalanes del manifiesto han elegido, y con su toma de postura no han optado por Dios y si adictos al César.

Y digo adictos porque siguen las directrices del César de Cataluña, ignorando las verdaderas normas de los mandatos legales por las que se rige el pueblo en su generalidad. La invocación al pueblo, es una sinonimia de lo que hacen los populistas, es decir, los valedores de la masa o lo que llamaba Unamuno la «oclocracia». Esa alusión a la llamada legitimación no es sino un velo con el que se oculta la ignorancia del derecho. Bien es sabido que únicamente puede aludirse a la legitimación como la cualidad de personas situadas en la vía legal y están amparadas por el Derecho.

Esto es así en el caso de Cataluña, cuya legitimación legal se situaron en la Constitución de 1978 que fue adoptada «legítimamente» —esto es, en Derecho— con al voto democrático del 91 % de los catalanes. De tal suerte que para que se produzca un cambio de esa legalidad se necesita una norma que así lo declare y, a la vez que se esté legitimado en Derecho; porque el pueblo —así en ambiguo— es un concepto al que solo se puede invocar si está legítimamente organizado.

Un régimen político democráticamente establecido no se puede cambiar porque una parte de sus componentes lo decida y menos si lo decide o lo aconseja una minoría de la Iglesia; pues ésta se debe someter a las normas del Catecismo Católico que, al referirse a la autoridad, dice: «se ejerce legítimamente si busca el bien común y emplea medios moralmente lícitos». Si, como es el caso, se intenta acosar al régimen común establecido —Constitución— o imponer una norma por otras vías que no sean las que moralmente establecen las autoridades a tenor de las normas eclesiales, se está incumpliendo las básicas leyes de la iglesia, como ya dejó dicho León XIII —citado en la Cuadragésimo Anno de Pio XI— «no pretendan imponer sus propios pareceres, sino estén dispuestos a deponerlos, por buenos que parezcan, si el bien común lo exige…».

Los curas al servicio del «cesar» se suman a «las manifestaciones» y a «las plegarias». Nunca los fieles cristianos habían sido tal mal aleccionados. Es cierto que la manifestación es legal y puede alzarse una voz en la calle, pero también es cierto que para eso están los Parlamentos, tanto el Catalán como el Español. Para invocar el hecho regional —o la nacionalidad, como se dice en la Constitución española— es necesario que nos apoyemos en la Ley —así con mayúscula— pues si lo es «con la turbia ideología —que diría Ortega— se entorpece en desarrollo del hecho regional», (ahora diríamos autonómico).

Y la otra alusión, esto es, a «las plegarias por Cataluña», parece referirse a la invocación al «cesar» no a Dios. La plegaria o la oración, según el Catecismo de la Iglesia católica, «es la vida del corazón nuevo». No se entiende una plegaria sobre una materia tan vieja como las ideas del XIX. Seguro que el Creador no hará caso de una oración que pide imponer una ideología trasnochada y no un corazón —una ideología común— para todo el entramado social; igual lo sea para un cristiano de Barcelona que de Extremadura, una oración que enchanche los corazones —nuevos— de Cataluña o de Andalucía, dado que la esencia del cristianismo es la igualdad de las almas.

En estas decisiones «cesáricas» aparecen los obispos. Para el derecho canónico los obispos han de «estar dotado de celo de las almas» (331), «conservar la doctrina sana y ortodoxa… promover la paz…» etc. (343). Al contrario, se ponen de lado del César en todas sus manifestaciones. Es cierto que hablan del consabido diálogo. En toda sociedad democrática se construyen las leyes a través del diálogo; pero una vez promulgadas hay que cumplirlas. Esa es la esencia de la democracia: el diálogo para redactar las leyes y la obligación de cumplirlas. No nos parece lógico que se esté invocando la reforma de la ley a cada momento de la historia. ¿Cada cuento tiempo? ¿Cada generación? ¿Cada 10 años? ¿Cada vez que se le ocurra a un grupo político o religiosos? ¿Cuándo se invoca la tan cacareada falsa legitimación? ¿La de una parte de pueblo? ¿La de los más heterodoxos?

Observen nuestros clérigos la enseñanza de la encíclica Rerum Novarum: «Y peligrosa es una contienda que por hombres turbulentos y maliciosos frecuentemente se tuercen para prevenir el juicio de la verdad y mover a sediciones la multitud». Síganse estas enseñanzas y olvídense de ofrecer al César lo que solamente es de Dios. No sea que se pierdan en la algarabía de la ilegalidad y en las actuaciones amorales. Acuérdense del poema de San Juan de la Cruz: «Mas mira las compañas/ de la que va por ínsulas extrañas».

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