Podemos, en el filo de la navaja
D esde que el desafío secesionista inflamó la política española, desatando una explicable alarma colectiva, se viene escrutando muy de cerca la actuación de cada partido. Un paso en falso, o simplemente incomprendido por la opinión pública, puede resultar letal en futuras contiendas electorales. En este corrosivo proceso tanto el PP como Ciudadanos han tenido la ventaja de partir con el mismo discurso en Cataluña y en el resto de España, sin tener que afrontar ninguna contradicción entre ambos ámbitos. Por el contrario, PSOE y Podemos se han encontrado con el peliagudo problema de que sus referentes en Cataluña tienen sensibilidad propia no compartida plenamente por las bases y electores del resto de las comunidades autónomas.
El otrora tan denostado Pedro Sánchez ha salido de momento airoso de tan difícil trance, consiguiendo conciliar la postura del PSOE con la de los socialistas catalanes. Consciente de que lo contrario hubiera resultado suicida, no ha tenido más remedio que apoyar a Mariano Rajoy en la aplicación del artículo 155 y compartir con el PP y Ciudadanos la respuesta constitucionalista. Su mérito ha sido que el PSC de Iceta, pese a su desgarro interno, ha aguantado el tirón sin descolgarse de Ferraz.
A diferencia del PSOE, que se ha cubierto las espaldas, la pretendida equidistancia de Podemos ha comenzado a pasarle factura. Al asumir incondicionalmente la ambigüedad calculada de Ada Colau, Pablo Iglesias ha pisado un terreno sumamente resbaladizo, máxime cuando la alcaldesa de Barcelona viene prodigándose en guiños hacia el independentismo. Carolina Bescansa, socióloga de profesión, dio la voz de alarma y los posteriores sondeos le han dado la razón. El funambulismo de Colau no resulta de recibo a este lado del Ebro, ni siquiera para una parte del electorado de Podemos y de IU que no admite condescendencias con el separatismo. Consciente de ese rechazo social a cualquier coqueteo independentista, la líder de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez, no ha dudado en desmarcarse a toda prisa de la posición mantenida al respecto por sus afines de la corriente ‘anticapitalista’.
Desde no permitir la investidura de Sánchez a enviar a Iñigo Errejón al rincón de pensar, Pablo Iglesias no ha dejado de encadenar errores que han minado su crédito como dirigente y devaluado el papel político de su formación. Pero si no reconstruye pronto un discurso propio sobre la cuestión catalana que marque distancias frente a los devaneos filoindependentistas de sus socios catalanes, Podemos se estará encaminando hacia el abismo. Y no digamos si el secesionismo pierde la mayoría el 21-D, pero logra recuperar la Generalitat gracias a la inhibición de Colau y asociados.